Capítulo 2

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Maya se quedó paralizada. Había visto la figura de la chica con una rapidez extrema, mientras tomaba la curva, y a punto estuvo de llevársela por encima con su vehículo. El frenazo había hecho que la cabeza de Maya impactara con fuerza sobre el asiento, provocándole un dolor agudo en la nuca que le dejó una sensación desagradable y extraña, como si se acabara de despertar de un desmayo. El molesto pitido que escuchaba pegado a su tímpano, fruto del golpe, fue desapareciendo poco a poco, hasta quedarse en un sonido casi imperceptible.

Y allí seguía la adolescente. Cada extremidad de su cuerpo estaba temblando y tenía el rostro manchado de lo que parecía ser barro húmedo.

Maya seguía agarrada al volante, aún sin poder moverse. Durante un instante, los ojos azules de Eva se fijaron en los de Maya. Estaban pidiendo ayuda a gritos, Maya lo sabía, sentía que podía ver más allá de las pupilas de la chica.

Entonces lo hizo. Eva pareció salir de su ensimismamiento y unas palabras salieron de su boca. A pesar de tener las ventanillas cerradas y no poder oír lo que decía, Maya logró leerle los labios.

—Ayúdame —fue lo que dijo.

<<¿Ayúdame?>>, pensó Maya, que empezó a preocuparse. Su corazón se aceleró aún más, pero no dudó en reaccionar.

Abrió la puerta del coche, se desabrochó el cinturón y salió a la fría y oscura carretera. Se volvió al lugar donde estaba Eva, y durante una décima de segundo el corazón de Maya se paró por completo. Sus manos comenzaron a temblar, intentando aferrarse a algo inalcanzable. Eva no estaba allí, justo donde Maya la había visto hace apenas unos segundos.

Miró a su alrededor, buscándola. Pero no estaba. Dio el primer paso hacia donde había estado la joven. Se acercó con lentitud, asustada por lo que acababa de suceder.

Se situó frente a su coche, e incluso miró debajo, pero allí no había rastro de Eva. Empezó a preguntarse si se había tratado de una alucinación o si había sido una consecuencia del cansancio, pero Maya lo había visto bien. Jamás le había ocurrido nada igual, y estaba aterrorizada.

Y, allí, en la oscuridad de la noche, se pudo oír a la perfección el crujido de las hojas, como si de una pisada se tratara. Los músculos de la chica se negaron a moverse, su cuerpo no obedecía. Sus ojos, desorbitados y abiertos hasta el límite, se posaron en la dirección del sonido. A pesar de todo, Maya se permitió el lujo de pensar que seguramente había sido obra de algún animal o que incluso podía ser Eva. Pero el sonido se repitió, una y otra vez, cada vez más cerca y cada vez más rápido, parecían pasos acercándose a su presa, y Maya no quiso quedarse allí a comprobar qué era. O quién. Sus piernas reaccionaron al fin y se metió en el coche con la agilidad propia de una gacela. Sin ni siquiera abrocharse el cinturón, pisó el acelerador y no miró atrás.

La respiración seguía bastante alterada y pensamientos de lo más extraños comenzaron a aparecer en su mente. No quería pensar en eso, tan solo quería llegar a su casa y huir de aquella maldita carretera.

Los árboles ahora parecían más altos y amenazantes, las sombras más oscuras y la única luz que había allí era la de los faros del coche, insuficientes para librar a Maya de aquella oscuridad tan densa.

Finalmente, consiguió adentrarse en el perímetro del pueblo. No había luz en ninguna casa. Las farolas emitían una luz tenue que, lejos de ahuyentar los miedos de Maya, los hizo más grandes.

Y allí estaba su casa, la única con una luz encendida, lo cual indicaba que su madre seguía despierta. Jamás una luz había reconfortado tanto a Maya. Era una luz cálida y potente, que luchaba contra la oscuridad que la rodeaba.

Aparcó el coche frente a su hogar, pero tuvo miedo de salir. La imagen de Eva no se le quitaba de su cabeza, su demacrado y atemorizado rostro se había grabado a fuego en su cerebro. Lo que había pasado era real, estaba casi segura de ello.

¿Dónde está Eva?Where stories live. Discover now