Nunca Más

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—De acuerdo. —Bahiana colocó un mapa sobre la mesa para que todos pudiesen verlo y señaló un punto al sur de la capital—. Tenemos que llegar hasta Alpa Corral, la casa de Fer queda en la sierra y le realizó protecciones para que los humanos no puedan ser encontrados ahí. Es por si los Eternos vienen por nosotros, y sabemos que lo harán.

—¿Cabe la posibilidad de que nos intercepten en el camino? —inquirió Gianmarco.

Fátima no podía más que contemplarlo con admiración por la seriedad con que se estaba tomando todo aquello. Parecía que llevaba una vida tratando con seres como ellas y no se sentía siquiera un poco incómodo. Todo el tiempo, aferraba la mano de Fátima con firmeza y a veces la miraba como si quisiera prometerle que todo iba a estar bien.

—Sí, es una posibilidad —admitió Bahiana—. Por eso, llevarán una protección extra.

Bahiana se fue a su habitación ante la atónita mirada de todos los presentes. Pasados unos pocos segundos, reapareció con dos girones de tela negra. Fátima torció el gesto confundida, pero recordó aquello que Fer le dijo y creyó comprender.

—¿Los Eternos no pueden matarlos si no ven sus rostros? —inquirió.

Pensó que solo funcionaba así para los genes errantes.

—Los ojos en realidad —corrigió Bahiana. Le tendió un girón a Noah y otro a Gianmarco. —Fue una condición de los dioses, según la leyenda.

—¿Y esas leyendas son fiables? —preguntó Fátima con escepticismo.

—No lo sé —admitió Bahiana—. Pero son todo lo que tenemos. Si ven a tres sujetos raros siguiéndonos, cúbranse los ojos de inmediato. Nosotras no necesitamos hacerlo —le aseguró a Fátima.

—Porque somos inmortales —aventuró ella.

Bahiana balanceó la cabeza a un lado y a otro, pues eso no era realmente cierto. Existía un solo motivo por el cual los genes errantes solo morían si así lo querían, y también era parte de una leyenda, pero hasta la fecha no habían visto nada que lo contradijera. Su abuela y Fer sabían mucho sobre los Eternos, y a Bahiana no le quedaba más que confiar en que sabían lo que hacían.

—No exactamente —le advirtió—. Podemos morir, pero los Eternos no se atreven a arrebatarnos la vida porque tienen prohibido tocar la sangre de su sangre. Si uno de ellos mata a uno de los nuestros, el castigo es el sufrimiento eterno.

Fátima la miró como si hubiese perdido la cordura. Gianmarco y Noah la contemplaban con muecas bastante similares.

—¿Estás segura de eso? —inquirió Fátima.

—¡No lo sé! —admitió Bahiana—. ¡Son las cosas que mi abuela dice! ¡No es como si hubiese una ciencia exacta en todo esto, no tenemos nada más en lo que confiar! Se supone que Kaisario es el único que no puede matar porque es ciego, se supone que no pueden asesinarnos porque sufrirán un castigo, y eso es todo lo que sé.

Hija de la Muerte -Ganadora de los Wattys 2018-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora