Capítulo 9

1.2K 177 63
                                    

Tardó una semana y media en terminar el dibujo, pero había quedado bastante satisfecha

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Tardó una semana y media en terminar el dibujo, pero había quedado bastante satisfecha. Fue el segundo de Julián que realizaba y le había quedado tan bien que no dudó en regalárselo. No obstante, no llamó a su puerta para dárselo en mano, sino que bajó hasta la zona de buzones y lo introdujo con cuidado para que no se estropeara mucho. Después se marchó de nuevo hacia su piso sin saber que él lo había visto todo desde las escaleras.

Cuando se cercioró de que Raquel ya no estaba cerca, terminó de bajar los escalones y se acercó a su buzón. Abrió la pequeña puerta y sacó la hoja. Encontró un dibujo de su rostro que le dejó con la boca abierta y el corazón contento. Era la primera vez que alguien le dibujaba y se lo regalaba. La firma de Raquel estaba en la esquina inferior junto a la fecha en la que había sido terminado. Justo el día anterior. Giró la hoja y descubrió con algo de asombro una pequeña dedicatoria: "Considéralo un regalo por permitirme hacer uso de tu pequeño espacio para practicar mi técnica de dibujo. Muchas gracias, porque esas flores merecen ser inmortalizadas, aunque sea con lápiz". Pretendía salir a hacer unos trámites, pero volvió a su casa para dejar allí el dibujo. Más tarde decidiría dónde colocarlo o guardarlo.


···


Cuando Raquel regresó a casa, Cristina se quedó mirándola con curiosidad. Ese día, Marisa era la que se encargaba de supervisar el trabajo en la cafetería, por lo que solo estaban su hija y ella. Tal vez fuera el momento idóneo para que hablaran, pero no supo cómo abordar el tema de forma que Raquel no intentara escaquearse.

—Has tardado poco, ¿a dónde fuiste? Si puedo saberlo, claro. —Cristina sacó la lengua tras hablar.

Raquel se detuvo en medio del salón.

— ¿Desde cuándo te importa si tardo mucho o poco en volver? —Giró la cabeza y le sacó la lengua también.

Cristina abrió la boca al oír la contestación de su hija.

—Solo tengo curiosidad por saber qué hiciste —insistió, esta vez un poco más seria.

Raquel le devolvió la mirada, pero se mantuvo en el sitio. Suspiró antes de hablar, volteando de nuevo la cabeza.

—Fui a dejarle en el buzón a Julián un dibujo que hice de él. ¿Contenta? —Giró el cuerpo para enfrentarse al examen de su madre.

— ¿En serio? —preguntó Cristina, levantándose del sofá y acercándose a ella—. ¿Has sido capaz de hacer algo así?

No lo preguntaba porque estuviera mal, sino porque no hubiera imaginado que Raquel fuera capaz de hacer algo así. Al menos, no después de esos meses de ausencia y tristeza que ella misma, como madre, había experimentado. Al recordar esos meses, a Cristina se le encogió el corazón. No disfrutaba, como era obvio, viendo mal a su hija, por eso se alegró mucho al saber que poco a poco las cosas iban cambiando.

— ¿Por qué no iba a ser capaz, mamá? —respondió la chica.

Cristina sonrió y abrazó a Raquel muy fuerte. A veces, los gestos decían más que las palabras.


···


Al regresar, Julián observó el dibujo que había depositado sobre la mesa. Se percató de que, si los bocetos de Raquel eran buenos, los dibujos finales eran maravillosos. Verse plasmado en ese papel le hizo estremecer porque Raquel había sabido cómo captar sus expresiones. Y había algo especial en sus ojos. Algo que los hacía parecer más reales de lo que eran.


···


El sábado, a Marisa se le ocurrió la idea de ir a una discoteca. Cristina estuvo de acuerdo y entre las dos intentaron convencer a Raquel de que las acompañara.

— ¿A una discoteca? ¿Yo? —preguntó Raquel soltando una carcajada irónica.

—Te vendría bien para despejarte —afirmó Cristina.

—O quizá volvería con la cabeza como un bombo —añadió la chica haciendo un gesto dramático.

—Venga, mujer, —Marisa posó su mano derecha sobre el hombro de Raquel—, estoy segura de que te lo pasarás bien. Piensa que yendo con nosotras todo se ve de otra forma.

Al ver el guiño que le dedicó la pareja de su madre, sonrió. Tenía algo de razón, con ellas todo era diferente y era capaz de ir a un sitio al que no solía ir de manera regular.

—Está bien, pero que conste que solo lo hago por vosotras, ¿eh? —cedió.

Las mujeres quedaron conformes con la respuesta de Raquel.

Esa noche, las tres se fueron a una discoteca de la ciudad. Habían decidido entrar en una llamada Magic, ya que Marisa conocía al dueño y tenían la posibilidad de algunas consumiciones gratis extra. El lugar era grande y estaba situado en la zona de Isla Cartuja, un poco alejada del resto que había por allí. A las doce de la madrugada ya había buen ambiente y eso significaba que el ambiente estaba cargado y apenas se podía hablar con el de al lado sin quedarse sordo y sin voz. Raquel empezó a arrepentirse de acompañarlas, pero su madre la miró con una sonrisa y una invitación silenciosa. Al ver su mano extendida, la agarró y Cristina se la llevó hasta la pista para bailar un poco con ella. La música que sonaba no era precisamente una de las favoritas de Raquel, pero ver a su madre bailar no tenía precio para ella. ¿Cuánto hacía que no se divertía tanto? Ni lo recordaba.

Le extrañó ver que su madre, de manera repentina, intercambiaba lugares y miraba hacia algún punto por detrás de ella. Pensó en girarse, pero Cristina la miró e impidió que lo hiciera. Cuando terminó la canción que estaba sonando, empezó otra que gustó un poco más a la chica. Su cuerpo se movía como si conociera el ritmo y hubiera ensayado durante un mes o dos. Las caderas iban de un lado a otro y, de tanto que se estaba dejando llevar, cerró los ojos y movió la cabeza. Cuando los volvió a abrir, en pleno clímax de la canción, descubrió que su madre había sido sustituida por nada más y nada menos que su vecino. «¿No será producto de mi imaginación?», pensó. Se detuvo por completo y frunció el ceño, cambiando poco a poco a una expresión de sorpresa y al final de resignación. Su madre se la había jugado. Sin embargo, no se enfadó con ella.

—Lo siento —se disculpó él—, tu madre me invitó a venir con vosotras, solo que estaba haciendo unas cosas y no pude acompañaros en su momento.

Al escuchar su voz, la música quedó en segundo plano.

—Sé que ha sido una estratagema de mi madre así que no te preocupes —comentó ella sin darle mucha importancia.

A fin de cuentas, se sentía cómoda con él.

Él no soy yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora