q u i n c e

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Escuchó que la puerta de su habitación era tocada y abierta casi al instante, escuchando unos pasos acercarse y cuando la persona rodeó la cama para dejarse ver, observó con los ojos entreabiertos a Tōru.

— Has estado así por una semana completa.

¿Había pasado tanto?

El mundo parecía detenido para Tobio, que no había salido de su cama y apenas había comido. Debajo de las sábanas, en el silencio de su habitación y viendo el sol asomarse y ocultarse por la ventana.

Había sentido algunas veces a la ama de llaves entrar a su habitación, pero Tobio ni siquiera prestaba atención.

Miró a Oikawa acercarse a la ventana, abriendo las cortinas y luego las ventanas, el aire de fuera fue una brisa fresca. Oikawa lo metió a la ducha, ayudándolo un poco y se sintió tan nostálgico, que no pudo evitar soltar un par de lágrimas.

Luego de vestirlo, hizo que comiera algo, aunque fuera un poco y Tobio no fue reacio, es más, cuando Tōru le ofreció la cuchara, el menor empezó a comer por si solo.

Todo el rato en un silencio por parte de Tobio, aunque Oikawa comentaba algunas veces, Tobio no contestaba, ni siquiera haciendo gestos.

Manteniéndose cabizbajo, con los labios juntos y la mirada decaída.

Tobio no había hablado desde ese día.

Mientras Oikawa lavaba la losa ensuciada, Kageyama se encontraba sentado en un sillón del living. Su cabeza ladeada, mirando a ningún punto en particular y parpadeaba lentamente.

No tenía sueño, pero lo único que quería hacer era dormir.

Dormir por horas, despertar y volver a dormir. Aquella había sido su rutina la mayor parte del día.

Se levantó dispuesto a irse a acostar, meterse en la cama, la cual, se había convertido en un refugio. Pero paró sus pasos al ver hacia la cocina, su memoria recordándole algo y arrastró sus pies hasta allí.

Oikawa girarse hacia él rápidamente con una sonrisa.

— ¿Qué sucede? ¿Quieres algo?

Kageyama no respondió y sin quiera mirarlo, caminó a la puerta.

Salió al jardín y la luz de fuera fue demasiado deslumbrante y tuvo que parpadear un par de veces para acostumbrarse.

Miró entonces más allá, los brotes de los girasoles más grandes desde la última vez que los vio y sintió su pecho apretarse de sobremanera.

"Mira, Tobio, mira. ¡Brotaron!"

Se acercó y se hincó frente a ellas, observando que estaban bien. Y entonces, con sus propias manos descubiertas, empezó a hacer pequeños hoyitos en la tierra. Sin importarle que sus uñas dolieron, sin importar ensuciarse, sin importarle nada más.

Traspasó los brotes con calma, siendo cuidadoso y suave con sus movimientos, su mente empezando a recordar a Shōyō.

Recordándolo siempre con una sonrisa, siempre riendo, siempre sonrojado y siempre a su lado.

Sus ojos se nublaron, llenándose de lágrimas y una cayó, haciendo cosquillas por su mejilla. La limpió rápidamente, ensuciándose en el acto, pero no sirvió de nada, porque varias más empezaron a salir.

Sollozó, sentándose sobre la tierra y apretó la mandíbula, sollozando bajo.

«Es tan doloroso desde que te fuiste.»

Más tarde en su cuarto, se encontraba sentado en la orilla de la cama, apoyando su cabeza en el respaldo mientras ojeaba la libreta.

Con cada hoja que pasaba, los recuerdos de aquella noche volvían, repitiéndose una y otra vez.

No me dejes | Haikyū!! | editandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora