Confesiones de Otoño

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Había pasado un mes, tal vez más, la misma hora, el mismo lugar y siempre observando. Tal vez fue algo del destino, el ver su tez blanca y cabello negro.

El llamado del tren me despertó de mi ensoñación, 7:30 a.m. Había pocas personas, y en su mayoría estas se encontraban somnolientas, algunas solo se disponían a sentarse y echarse una siestecita en lo que llegaban a su destino, pero yo no podía, la sola expectación me mantenía alerta, fueron unos minutos tortuosos los que espere hasta llegar a la próxima estación. Y ahí estaba él, siempre puntual, con una expresión fría fue y se sentó en el último asiento que había en el vagón. Cruzo las piernas, la espalda recta y con una mano sujeto un libro que comenzó a leer. Claro yo solo me digne a observarlo a lo lejos por el rabillo del ojo.

Bajo en unas dos estaciones más, como si sus acciones estuvieran sujetas por un cronometro cerro el libro, lo guardo en su bolso y bajo del tren. Dos segundos en cerrar el libro, cinco en cerrar el bolso, un segundo en el que el tren para y diez segundos en los que baja. En los últimos trece segundos lo veo alejarse y girar en una esquina.

Y exactamente un minuto en el que me quedo pensando en lo estúpido que soy

—¡Maldita sea! – El grito que di despertó a por lo menos la mitad del tren que felices dormitaban en sus asientos. ¡No me importa! Estaba sumamente molesto, y es que... ¡Ese no era yo! Ese estúpido pimpollo enamorado NO era yo. Siempre fui impulsivo, para bien o para mal era de las personas que primero actuaba y luego pensaba. A veces me servía, a veces no. Pero ahora, justo ahora, me sentía un jodido estúpido, parecía un acosador que no se atrevía ni a decirle un simple hola, ¿Dónde estás impulsividad? La muy culera debía desaparecer justo ahora.

— Maldita, mendiga, anda ya no seas cobarde y confiésate mañana, o al menos háblale —Me regañaba a mí mismo en murmuros.

—Genial, ahora pareces un loco que habla solo – Esa voz, la conocía

—¡Gaara~~! — Me lance a sus brazos en un intento de hacer una dramática escena de reencuentro, pues por razones de salud mi pelirrojo amigo se había ausentado unos días de instituto. Sin embargo, la grandiosa escena no fue posible cuando Gaara se movió evitando de lleno mi abrazo y yo yendo a parar al suelo

—Aléjate, que se me pega tu estupidez

— Gaara — me queje haciendo un puchero y sobando el pequeño chinchón que se comenzaba a formar en mi cabeza.

—Y ahora que, ¿sigues sin hablarle a tu galán? – dijo tranquilo mientras se sentaba a mi lado en el tren

—No me recuerdes la triste realidad. Pero juro que pronto lo hare

—Vamos ya, amigo, no me digas que vas enserio. No sabes ni su nombre

—Eh! Que, si lo sé, es Sa-su-ke, Sasuke

—Y lo sabes por...

­­—Lo vi en su carnet de estudiante ­ — ¡ups! Tal vez no debí decirle eso

—¿y cómo lo conseguiste...? Olvídalo, no quiero saberlo – Estoy seguro que fue mi cara quien me delato, y bueno... digamos que el carnet "se le cayó" de la cartera, porque yo no lo tome sin que se diera cuenta, claro que no, y enseguida se lo devolví, lo puse muy discretamente otra vez en su cartera. Así es, todo muy legal e inocente.

—No tienes remedio, si sigues así. No vengas a mí en busca de refugio, no pienso encubrirte de la policía – su regaño fue con voz seria y el ceño un poco fruncido, pero yo sabía que era solo él encubriendo su preocupación, era un regaño gentil a su manera

Confesiones de OtoñoWhere stories live. Discover now