Esperando noticias

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Pasaron unos días desde que Castiel se fue. Shayza no había tenido ninguna noticia, y tampoco quería preguntarle a Ezequiel. De hecho, trató de evitarlo, y por ser fin de semana, no tuvo que soportar el hecho de que él la llevase a su escuela, si es que lo llegaba a hacer.

Revolvió los espaguetis en su plato, sin apetito, mientras Wilson ronroneaba y se frotaba contra sus piernas. Ambos estaban solos en la cocina, con la luz encendida porque la noche se había tragado todo a simple vista. Si estar allí junto a Castiel era aburrido y por ello se escapaba de vez en cuando, ahora lo era el triple, y más por la promesa de comportarse.

—¿Crees que le pasó algo, Wilson? —preguntó a su gato, dejando que comiera una albóndiga—. Ni siquiera me ha llamado o enviado un mensaje.

Tomó su móvil sobre la isleta y desbloqueó la pantalla para revisar su buzón; nada, ni siquiera de los gemelos. Sin embargo, se armó de valor para enviar un mensaje a cada uno de ellos, sin importar que ya fuera tarde. Revisó ambas conversaciones, viendo por último los mensajes de Alan y Alex donde preguntaban sin parar qué había pasado con ella la noche en que olvidó todo. Le echó una rápida mirada al de Castiel, cuya hora de conexión fue el último día que hablaron.

Shayza quería llorar por eso. Le apretaba el pecho por la angustia, y se puso ansiosa imaginando cientos de eventos donde a Castiel le hubiera pasado algo desagradable. Hizo a un lado el plato de la cena, dejó caer su cabeza en la isleta y reprimió las ganas de llorar.

Wilson se subió al regazo de Shayza, acariciándole el pecho con la cabeza, y el ronroneo aumentó. Ella, dejando que las lágrimas cayeran, comenzó a sobarle la cabeza.

—No tiene razón para llorar —comentó Ezequiel, y apoyó el brazo en el umbral de la cocina—. Él va a volver. Ellos van a volver.

Shayza no levantó la cabeza. Él, sin la necesidad de verla, ya sabía que estaba llorando a moco tendido, y eso hacía que Shayza se sintiera miserable. En cambio, Wilson le bufó a Ezequiel cuando vio que este se acercaba a la isleta, y se erizó hasta la cola. Shayza se enderezó y se limpió el rostro.

—Como sea me angustio, ¿entiende? —dijo ella, pero no le despegó los ojos a Wilson, hasta que se calmó.

Ezequiel la observó con morbo, luego vio al gato y frunció la nariz, asqueado. Si tenía un comentario que hacer sobre su desagrado sobre el animal, debía guardárselo, pues él estaba recibiendo una buena fortuna por cuidar a esa chiquilla. Pasó la mirada de un lugar a otro, como si comprobara sus alrededores, con el rostro inexpresivo.

—¿Qué lo mandó a hacer Gideon? —preguntó Shayza, forzando la voz para no titubear—. ¿Dónde están?

Ezequiel se encogió de hombros.

—Si estoy aquí es porque él no me quiso con ellos —dijo con obviedad, igual que si Shayza fuera imbécil.

Ella se dio cuenta de cómo Ezequiel la veía (bueno, tampoco es como que fuese discreto); se levantó, dejó el plato en el fregadero y, con largas zancadas, fue rumbo a su habitación. Apretó los puños durante todo el trayecto, hundiendo las uñas en la palma. Por culpa del enojo mezclado con tristeza que trataba de controlar, no vio que la densidad del aire estaba cambiando. Afuera ya no cantaban los grillos, no se escuchaban búhos en lo profundo del bosque y la luna había desaparecido junto a las estrellas. Wilson sí se percató de ello, por lo que miró a través de la ventana, notando cómo Minerva subía por la pared del otro lado; él apuró el paso hasta la habitación. Seguido de ello, Shayza entró y cerró de un portazo. Se dejó caer sobre la cama, con el rostro contra la almohada y las manos bajo ella; su cuerpo se sacudió por culpa de los sollozos.

Wilson saltó sobre la espalda de Shayza y maulló. Ella agitó el brazo para alejarlo, pero él la esquivó, mirando la sombra que se dibujaba en la pared por culpa de la lámpara sobre la mesita. Wilson, al ver que la joven no prestaba atención, echó las orejas para atrás y le mordisqueó el rebelde cabello.

Sangre maldita 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora