Introducción

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Aún le daba miedo mirar al frente, pero cada mañana estaba en el balcón de su alcoba torturandose a sí mismo

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Aún le daba miedo mirar al frente, pero cada mañana estaba en el balcón de su alcoba torturandose a sí mismo. No quería contemplar el escenario que se extendía mucho más allá del horizonte; la devastación, su cuidad en ruinas, las pilas de cadáveres. Tampoco quería percibir ese hedor a sangre y carne quemada que impregnada el aire. No deseaba escuchar los susurro de los gritos que lo atormentaban cada noche, ecos de batallas pasadas.

No era lo que quiera, era lo que necesitaba. Era su castigo y la única forma de ruinir el valor suficiente para lo que iba a hacer. Jamás pensó que la carga de ser rey le pesaría tanto.

—¿Y con esto será suficiente? —preguntó mirando a la distancia, a las pilas de miles de cuerpos que había ordenado quemar, aferrándose al muro que lo separaba de una descomunal caída con toda su fuerza—. ¿Crees que esto bastará para que puedas recuperar tus fuerzas? ¿Tú, que lo has visto todo, sabes si esta es la decisión correcta?

Esperó solo un segundo, escuchando el crepitar de cientos de hogueras y se rio de su propia ingenuidad al preguntar eso y esperqr una respuesta. Ya no podía hablarle, nadie a punto de morir podía, ni siquiera él.

—Todos lo esperan, su Majestad.

Volteó de inmediato, su única mano ya en su espada, mirando a la entrada de su alcoba alerta, pero relajó su postura poco a poco cuando la reconoció entre las ondulantes cortinas de seda que flotaban por la habitación a causa del viento. La grácil figura de su mujer estaba al otro extremo del cuarto, con su cabello largo y negro cayendo a su alrededor hasta tocar el suelo. Caminó hacia dónde estaba despacio, con una mano protegiendo su vientre y la mirada indiferente dirigida a él.

No podía medir las ganas que tenía de besarla, rodear su cintura y tocar a su hijo, pero dudaba que alguna vez pudiera hacerlo.

—Gracias por decírmelo tú misma, sabes lo que significa para mí. Sé que es difícil para ti... pero no puedo hacerlo solo. No puedo decir algo como eso sin ti a mi lado.

Se atrevió a dar un paso al frente, en un desesperado intento por romper la barrera que los separaba, pero ella dio un paso para atrás en respuesta, y lo miró a los ojos, con aquella expresión de dolor y pena que le partía el alma.

—Jaris, yo...

Solo la miró alejarse, conteniendo su frustración lo mejor que pudo, intentando convencerse de que hasta eso valía la pena. Había perdido todo lo que alguna vez le había importado, y en su lugar, ahora tenía una corona que jamás imaginó que sería suya; que ni una sola vez quiso, y la carga de tomar decisiones que debían corresponderle a un verdadero rey.

Y si de algo estaba seguro, aún en toda su confusión, era que ese título le quedaba demasiado grande.

Salió de su habitación poco después y recorrió los pasillos del palacio tan decidido como podía estar, contemplando los rostros abatidos y moribundos de todo aquel que pasaba por su lado sin poder reconocer si sus ojos expresaban miedo o dolor, o si ya no expresaban nada. Bajó los escalones de la torre, caminó por los grandes pasillos y atravesó los salones hasta que llegó a las puertas del palacio. Sus soldados las abrieron apenas verlo, y se encaminó hacia el carruaje que lo estaba esperando deseando acabar con todo aquello de una vez. Jaris ya estaba sentada en el interior, contemplando a la nada, y la rabia que sentía por verla de esa manera; perdiendo todo el cariño que alguna vez le tuvo, hizo que una expresión de amargura se dibujara en su rostro. Cerró la puerta bruscamente al entrar al carruaje y los caballos se sacudieron nerviosos, golpeando el suelo incontables veces antes de ponerse en marcha como si ellos tampoco quisieran llegar.

Raizel: El fin de una era [El linaje de los perdidos I] Where stories live. Discover now