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Elle Davis estaba cansada. Estaba cansada de todo. Cansada de siempre decepcionar y herir a todos los que quería. Sabía que esta vez había sido suficiente, que no podía soportar más esto, y aunque nada tan malo le había ocurrido esa semana, las terribles cosas de las últimas semanas se habían sumado, haciéndola sentir inútil.

Apoyada contra la puerta cerrada del baño, lentamente se quitó la ropa y cayó de rodillas, sentada en el suelo solo en ropa interior. El único sonido eran las canciones que sonaban desde su móvil. Ella siempre llevaba su teléfono al baño, intentando así cubrir sus sollozos.

Hacía frío y estaba temblando, pero eso era lo que menos la preocupaba. Elle cogió del bolsillo de los pantalones que estaban en el suelo una pequeña cuchilla que siempre llevaba consigo. Sus movimientos eran lentos pues no quería cortar sus dedos con el afilado objeto. Rió ante lo irónico que era ser cuidadosa ahora cuando lo que pretendía era cortar sus muñecas unos segundos después. Respiró hondo antes de clavar la muñeca en su piel, un poco más debajo de su muñeca.

Habían numerosos cortes y cicatrices de las anteriores veces que había hecho lo mismo, que iban ascendiendo hasta el interior de su codo.

La cuchilla estaba fría, pero cuando vio la sangre goteando, ella no sintió nada más que relajación y calma. Se cortó otra vez, y otra, y otra… hasta que su muñeca y antebrazo estuvieron cubiertos de sangre. Pero no se sintió mejor que antes.

— Quizá no me he cortado lo suficiente. — pensó, enterrando la cuchilla en la parte superior de su muslo izquierdo.

———

Media hora después, se levantó en busca de ayuda, sintiendo débil todo su cuerpo. Podía sentir el dolor pulsante en su mano y pierna, pero esa era la intención y lo amaba. Sonrió, pensando que al final sintió el dolor que merecía.

Mirándose al espejo, apenas reconocía a la chica que veía. Su largo cabello rubio caía desordenadamente por sus hombros y su largo flequillo se pegaba a sus ojos, impidiéndola ver. Se lo retiró y lanzó un alarido debido al dolor causado al mover su mano herida. Sus ojos estaban rojos e hinchados, pero el verde claro en ellos seguía captando toda la atención, igual que sus largas pestañas de las que todas sus amigas estaban celosas.

Todo ello lo había heredado de su madre, menos los labios, que eran de su padre. La gente siempre la decía que era igual que su madre cuando tenía su edad. Sin embargo, en cuanto al interior se trataba, eran totalmente opuestas.

Su madre, Miranda Brown, era estricta. El hecho de que era una exitosa mujer de negocios no ayudaba cuando se trataba de seguir un cierto programa y hacer todo perfecto. Nunca reía ni la elogiaba, ni a ella ni a su hermano Joseph, un año mayor.

Por otro lado, su padre, Will Davis siempre estaba sonriendo, bromeando y siendo una persona alegre. Eso en lo respectivo a Elle, porque su padre no era otra cosa que frío y mezquino- algunas veces incluso irrespetuoso- en lo que se refería a Joseph. Elle no sabía cómo explicar el extraño comportamiento de su padre. La idea de que Joseph fuera el hijo de otra persona se le había pasado por la cabeza, aunque sabía que no era cierto. Al igual que Elle y su madre, Joseph y su padre eran como dos gotas de agua.

— ¿Vas a salir algún día del puto baño? — gritó Joseph enfadado, golpeando con fuerza la puerta cerrada. Elle dio un brinco.

— Dame un minuto. — masculló, mientras frotaba la sangre que había en sus manos. Se puso los pantalones y finalmente abrió la puerta.

— ¿Has terminado de masturbarte? — preguntó él, sonriendo traviesamente.

— Que te jodan. — replicó rodando los ojos y quitando a su hermano de su camino.

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