2. Robin Hills

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Capítulo 2

Robin Hills

Lía

Todos los días me levantaba de la cama con el mismo sentimiento de desasosiego. En mi cabeza se repetía el mismo episodio; veía la cara de aquellos chicos burlándose de mí, gozando a mis costillas con una diversión insana. Claro que lo malo del asunto solo lo veía yo, ellos solo se reían de mi desgracia. Antes de todo aquello tenía por lo menos una razón para querer encajar y después de lo pasado me empeñé en ser invisible otra vez. Me contemplé en el espejo como todas las mañanas y maldije en mi interior aquella estúpida falda. En North High habían impuesto la regla del uniforme, ya que algunas de las chicas pensaban de vez en cuando mostrar más de la cuenta y yo llegué a la conclusión de que la resolución del uniforme no ayudó en gran cosa. La falda algunas la llevaban por encima de las rodillas y muchas veces competían por la que llevara menos ropa interior. Un punto más a favor de los chicos, pues no tendrían que esforzarse para nada a la hora de meter mano.

—Aún no puedo creer que nos hagan poner esta mierda de uniforme.

Mi madre cubrió los oídos de Emma, mi hermana menor, y me miró con desaprobación.

—Por favor, Lía, las palabras obscenas frente a tu hermana.

Puse los ojos en blanco y me senté en el taburete junto a la pequeña Emma.

—Perdón, mamá, este horrible uniforme no me gusta para nada. —Le sonríe con burla.

Entornó sus ojos.

Mi madre era de aquellas mujeres que buscaban que todo fuera perfecto, hasta sus hijos, cosa que no era del todo probable. Cuando se llega a cierta edad, crees que eres demasiado mayor para ciertas cosas. A decir verdad, siempre traté de llevar la fiesta en paz con ella. Nos crio sola y tuvo que velar por el bienestar de sus dos hijas y la ausencia de su hijo mayor, que a una edad muy temprana decidió hacer su vida. La muerte de papá fue algo muy duro para todos, para ella mucho más, pero había que darle el crédito a mi madre por su esfuerzo, bien merecido que se lo tenía.

—¿Cómo lo estás llevando en la escuela, Lía? —cuestionó mi madre de repente.

Mi apetito pasó a segundo plano.

—No lo llevo, Lucy —contesté algo brusco—, solo aguanto.

Apresuré a Emma para que terminara de comer y así poder marcharnos. No era que estaba deseosa de ir a la escuela, pero mientras más rápido comenzara el día, más rápido se terminaría. Eso era lo que me decía cada mañana de pie frente al edificio principal de la escuela. Lo de la broma ya no se mencionaba, pero sabía que había más de uno que me miraba con lástima y desagrado, porque ¿Quién quería ser amigo de la chica que habían bañado con excremento?

Cien pasos desde la entrada hasta mi casillero, unos treinta de mi casillero a la clase de la señorita Cristal, la maestra de anatomía, y unos cinco pasos de la puerta a mi asiento al final del salón cerca de la ventana. Jack Howard se sentaba frente a mí y todos los días me regalaba la misma sonrisa o me saludaba con la mano, dos cosas que ignoraba al llevar mis ojos a la ventana. Hoy no era diferente.

—Buenos días —saludó tajante la señorita Cristal, que solo tenía el nombre bonito. Todo de ella causaba escalofríos—. Odio los cambios que hace la escuela a mitad de semestre, pero como no hago las reglas me tengo que aguantar. —Todo el salón comenzó a murmurar entre si—. ¡Silencio! —Dio un golpe sobre su escritorio, cosa que hizo sobresaltar a los demás.

Yo seguía mirándola aburrida.

—Señorita Cristal. —Asheley levantó la mano. Sabía que diría alguna de sus burradas o podría ser que esta vez me sorprendiera. Nunca se sabía—. Al fin aprobaron mi propuesta de "El Físico es lo más importante" y deberían hacer un casting para admitir estudiantes en esta escuela.

Miró en mi dirección.

Le sostuve la mirada con una ceja arqueada. Nunca dejaría de ser estúpida.

—Cuando tenga algo realmente importante que decir, entonces lo expresas, de lo contrario, señorita Brison, no me haga perder el tiempo con sus estupideces.

Jack no pudo evitar soltar una carcajada y se giró para mirarme.

Yo seguía con la misma expresión sin siquiera mover un músculo de mi rostro.

—Lo siento, señorita Cristal —articuló una voz masculina desde la puerta. Su interrupción dejó atrás la hazaña de Asheley y provocó cierto alboroto en la clase—. Usted sabe cómo es esto de la banda —se justificó con una sonrisa de suficiencia.

Sentí náuseas.

Las chicas se reunieron en el pupitre de Asheley y mostraron un estado de excitación algo fuera de lugar. Todas miraban con devoción al chico nuevo, bueno, nuevo en nuestra clase porque Robín Hills era el adonis de la escuela, fácil e inalcanzable a la vez. Todas podían tener una probadita de él, pero ninguna era lo suficientemente buena como para ser su oficial.

«Que joyita».

—Sí, ya me imagino. Solo acomódese donde pueda, señor Hills —expresó la señorita Cristal.

Le restó importancia al chico, que se apresuró a tomar el asiento junto al mío. Para mi desgracia, era el único vació en todo el salón.

Jack y Robín se saludaron con el puño. Fue lo único que observé del chico: su brazo. No levanté la mirada, dado que no tenía importancia. No podía negar que Robín era lo que cualquier chica soñaba, pero, por muy lamentable que fuera, yo no era cualquiera. Para mí no solo el físico era importante, había muchas cosas más con las que acompañar aquella belleza.

Era mi forma de decir "No me importa que me hayan bañado con mierda, aún sigo siendo diferente".    

Ruidoso Silencio ( Chicas Gordas #1) Disponible en AmazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora