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Henry tuvo que leer el mismo mensaje repetidas veces, y aun así no lo entendía. Levantó la vista a Lucía, quien ya lo miraba. El tragó saliva; sabía que fue audible. Se sentía de alguna manera incómodo, incómodo por no saber cómo dar la noticia.

     —¿Henry? —preguntó extrañada. El mencionado estaba en blanco. Y, como si le hubieran dado una bofetada, reaccionó.

     —Me quedaré contigo por unos días —dijo con rapidez, casi automático. Notó la curiosidad en los ojos de Lucía y tragó saliva antes de responder—: Nicolás no vendrá por... un tiempo... cortito —Señaló con sus dedos—. Así que nos quedaremos nosotros-

     —Nop —Ethan se levantó del sillón en el que estaba, se posicionó frente a Henry e hizo un puchero—. Quiero a papi.

     Henry trató de no sonreír. Y volvió al pasado. Los gestos del niño le recordaron a los de su padre cuando era menor. Era una copia de Nicolás Cavalier, definitivamente. Ethan era parecido a su padre.

     Una almohada fue lanzada a su dirección repentinamente, y frunció el ceño.

     —¡Ethan! —gritó él, fingiendo levantarse.

     Entendía que era un juego.

     El pequeño, con ojos inocentes, corrió hasta su progenitora y la abrazó sonriente. La diversión de Henry se borró en cuanto la vio. Sabía la razón por la cual lo miraba así; estaba preocupada por Nicolás, aunque tratara de esconderlo.

     —Nicolás está... bien —En realidad, ni él sabía. Sólo respondió para que ella se tranquilizara.

    —No... no te pregunté —Posó sus ojos en el amplio televisor; aquel que desde hace un rato estaba encendido, pero ninguno le ponía real atención.

    Dio un paso hacia ella.

    —Lucía...

     Un nuevo mensaje llegó; lo leyó una y otra vez como hizo con el anterior... Luego, pensando en cómo podría convencerla, suspiró profundamente, antes de animadamente soltar:

     —¿¡Vamos de compras, Ethan!?

     Y antes de que Lucía dijera algo...

     —¡Sí! —exclamó eufórico el menor.

🔸🔸🔸

Lejos del costoso lugar donde se hallaba Lucía, Ethan y Henry...

     —Hey, tienes visitas.

     Carlos levantó la vista. Apretó sus puños y dientes al observar el rostro burlesco del guardia.

     —¡Deja de burlarte de mí, hijo de...! —La rabia se esfumó, y el miedo apareció—. Nicolás...

     Su primo miró por el rabillo del ojo al uniformado, y cuando éste, finalmente se fue, la fría, intimidante mirada, se dirigió a él.

     —Nicolás, yo... —murmuró, acercándose y-

      Un golpe en su estómago le quitó el aire, un tercero en el mismo le hizo escupir sangre, al quinto cayó.

     —Mataste a tu propia madre.

     Carlos, aún en el suelo, se jaló el cabello con fuerza. Sus ojos llenándose de lágrimas, su rostro tornándose rojo.

Vendida A Un Playboy © | Libro 1&2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora