La propuesta:

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Elena Mestre había acudido a una llamada de auxilio en un barrio alto poder adquisitivo de la ciudad. Al parecer una mujer había atacado a alguien con un cuchillo de cocina. La policía rodeó la zona y los agentes entraron a la casa en donde se hallaron con una escena curiosa: una mujer rubia y muy maquillada, de aproximadamente unos sesenta años, lloraba a moco tendido sentada en un sofá. Mientras una mujer joven, de unos treinta años, la consolaba. A sus pies había un cuchillo de carnicero.

La mujer policía al verlas suspiró de molestia... Otra pelea doméstica más, pensó, seguro el marido huyó. Recibían varios llamados a la semana por la misma causa y estaba harta, ya que en la mayoría de los casos las mujeres denunciantes se arrepentían y retiraban la denuncia. Un mes después volvían a saber de ellas... por desgracia casi siempre estaban muertas. Elena no comprendía por qué, en vez de amenazar a su marido golpeador, no le clavaban el cuchillo de una vez por todas. Esos malditos parásitos estaban mejor en la tumba. No obstante la pelea allí había sido muy distinta, como comprobó luego.

— Señora Morales, ¿podría decirnos qué ocurrió? —preguntó su compañero de manera formal, inclinándose sobre ella. Elena, por otra parte, tomó el cuchillo del piso y lo retiró. No contenía sangre, no había sido usado.

Lo que iba a escuchar la dejó estupefacta... La dueña de casa no tenía un esposo golpeador, ni nada por el estilo. Su hija, su pequeña niña, la más joven de sus dos hijas, le había comunicado una noticia: ¡se casaba!... Al parecer la señora odiaba al sujeto, el inútil y vago del novio, según sus palabras. Estaba convencida de que su hija estaba perdida. Por lo que discutió fuertemente con su hija hasta el punto de amenazarla con un cuchillo. Su hermana mayor entró al cuarto y, asustada por la tozudez de su hermana, por la locura de su madre y por cómo se desarrollaba la pelea, terminó llamando a la policía.

La amenaza fue suficiente para que la menor de las hermanas huyera, dejando a su madre devastada.

Mientras interrogaban a las dos mujeres, llegó el marido y el caos se desató.

— ¡¿Qué ocurrió Sonia, por todos los cielos?! —exclamó. Entró corriendo, aterrado.

— Es Natividad... ella... —informó entrecortadamente por el llanto.

— ¿Qué le pasó? ¿Está muerta?

Su esposa no pudo responderle, ya que pensaba que no estaba muerta pero sí lo estaba para ella.

— Se casa —explicó su hija mayor.

— ¿Con Hugo Peña?

— ¡Por supuesto, papá, con quién más!

La rubia policía pegó un respingo, que por suerte nadie advirtió. Y así se había enterado de todo. La familia Morales estaba horrorizada, tanto o más que ella. El sujeto, fuera de sí, empezó a vociferar insultos y desgracias. Lamentablemente la desgracia se le pegó, acabó teniendo un ataque cardíaco, que lo llevó al hospital. Por suerte, como descubrieron los agentes de la policía, al día siguiente, no había sido grave.

Cuando Elena acabó de relatar todo lo que sabía a sus amigas, éstas la miraban perplejas.

— ¡Dios mío! —exclamó Gabriela y añadió—: la familia de esa chica no lo puede ni ver.

— No hables del Señor, así —susurró Clara, pero su amiga la ignoró.

— No me sorprende para nada —manifestó Elena, casi al mismo tiempo que hablaba Clara—. Hasta podrían apoyarnos si decidimos vengarnos de él. Por lo que dejaron entrever, nadie desea que se case. Realmente lo odian.

— Pobre familia —comentó Clara.

Hubo un breve silencio.

— Pero esa señora... me hacía recordar a alguien... Sin embargo, no puedo precisarlo —comentó Elena, frunciendo el ceño.

La venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora