Introducción

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«La realidad deja mucho a la imaginación»

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«La realidad deja mucho a la
imaginación».
John Lennon.


Estar bajo lo efectos de las pastillas de Marah es como estar dormida; y a mí no me gusta soñar.

¿Por qué? Mi respuesta es simple. Sumergirte en un sueño significa ser dominado por el mismo, es vivir (cierto tiempo), bajo las reglas de un mundo que crea sus propias leyes; y casi nunca te encuentras segura.

Yo, bajo los efectos de las pastillas de Marah, me arrepiento de estar soñando. Los multicolores que adornan la sala de la Mansión Snowk parecen ser similares a esos juegos de luces laser que ponen en los conciertos, la música es un tanto más lenta de la que recuerdo, más pesada y tambaleante.

Mi cuerpo aún se mueve a la velocidad y con la guia de esas manos posadas en mis caderas, se sienten cálidas. Sus dedos parecen inquietos, más que los pálpitos de mi cabeza. Elevo mi mirada a los ojos de mi acompañante, son castaños.

Él me sonríe.

Me sigue moviendo a la velocidad de la canción en turno; ¿se va ralentando? Creo que sí; él se apega a mi cuerpo, y este, extrañamente, lo recibe de buena manera, correspondiéndole la sonrisa.

Él, quien parece ser solo una imagen algo borrosa ante mis ojos, acerca sus labios a mi costado. Los choca contra mi cuello dejando un corto, cálido y húmedo beso; sube lentamente. ¿Es que se acompasó con la música?

¿Qué es eso? ¿El aire se ha vuelto más denso? O es que mi cuerpo no quiere reaccionar como debería de hacerlo.

—¿Quieres subir y ponerte más cómoda, linda? —su voz, cálida y reconfortante, me trae de vuelta, tan solo un poco, a la realidad.

Sus ojos pícaros todavía me ven; asiento.

Toma mi mano y la sujeta para guiarme por entre el mar de cuerpos. La gente gime algo molesta cuando interrumpimos en sus bailes, algunos nos han propinado un par de codazos para que apresuremos nuestros pasos hacia las habitaciones del segundo piso.

Me siento mareada.

Me detengo, y él también lo hace.

—¿Qué te sucede linda, estás bien?

Niego con la cabeza. —Necesito aire fresco—, le digo mientras señalo la puerta de la entrada principal—, y un poco de agua.

El chico mira a su alrededor, aún sujetando mi mano me lleva hasta la entrada de la cocina; hay menos gente. Se frota los cabellos, parece algo frustrado.

—Quédate aquí, linda, te traeré algo para que te calmes.

Antes de marcharse me guiña el ojo y próximamente se pierde entre la gente que hay en la cocina.

Mi cabeza da vueltas con más fuerza, las ganas de vomitar también se incrementan. Un par de personas se me acercan, creo que me hablan pero mis oídos no perciben con claridad sus voces; parecen ser dos trompetas chillonas que me molestan.

Los sueños de DannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora