DÍA 7

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10:01 AM.

La luz del sol lo despertó. Se hundió bajo las sabanas molesto por la invasión de la luz en su sueño. Era domingo y no pensaba levantarse de la cama hasta pasado medio día. El regreso de Valle fue cansado, fue su turno para manejar y se encontró con el regreso de varios automovilistas por la carretera y un trafico que les hizo llegar una hora más tarde de lo que habían planeado. La una de la mañana no le molestaba, si no el hecho de que ahora tenia una jodida cita con los japoneses para el almuerzo. Lanzó un suspiro y golpeó un par de veces su cabeza contra la almohada. Miró el techo. Blanco, no tan liso bajo la pintura. Sus ojos encontraron algunos defectos distrayendo su mente de el resto del domingo que le esperaba.

Gimió agonizante le costaba trabajo tener que levantarse. Le dolían los músculos después del ejercicio del día anterior. Llevaba una semana sin pararse en el gimnasio, no salia a correr como todas las mañanas de los últimos diez años, no le sorprendería que sus músculos estuvieran hechos polvo. Arrojó las cobijas a un lado en un movimiento algo violento, pasó ambas manos por su cabello que sintió largo y cerró los ojos levantándose.

se mareó un poco cuando lo hizo y apenas logró detenerse con la mano sobre la cama. Debía ser por el cansancio. El mareo pasó rápido alargó una mano buscando el reloj de cuerda antiguo de metal plateado con sus pequeñas orejas redondas que marcaban la alarma y que muy rara vez utilizaba. Las diez con cinco. Apenas tenía tiempo para tomar un baño, desayunar ligero, buscar un atuendo adecuado para ir al Lugar en donde su secretaria reservó una mesa para el almuerzo. Era un restaurante de comida mexicana y cortes de carnes. Ella le había asegurado que era un buen sitio y que la comida era muy rica y acorde a lo que los clientes querían conocer. Le tenia mucha confianza a su secretaria, tenia la inteligencia que le gustaba en las mujeres, además de ser una mujer muy elegante en su forma de hablar y de vestir. Sabia que nunca lo iba a dejar mal con nadie.

Se levantó ayudado por sus manos y piernas y con pasos lentos fue hasta el cuarto de baño.

Se ducho. No se molestó en cubrirse, estaba solo en el enorme departamento. Miró la cama desordenada, había dormido solo, como siempre lo hacia. Nunca desde que era dueño del lugar se atrevió a llevar a un mujer a su lugar, prefería mantenerlo privado a pesar de que en ocasiones sentía que el ambiente no iba en absoluto con él. Movió la cabeza no quería perder el tiempo en pensamientos absurdos, tenia que vestirse y salir a enfrentar sus compromisos.

Ya a pronto iha a terminar. Después de está reunión y la del próximo Lunes el trabajo iba a bajar un poco, siempre y cuando no hubiera fallas y las pruebas salieron bien.

Fue hasta el armario. Abrió la puerta azul que simulaba un panel de madera pintada en el mismo azul que decoraba el departamento entró en el espacio pequeño que rodeaba su ropa acomodada perfectamente en los ganchos plateados. Miró el área de las camisas y eligió una blanca, lo clásico. Unos pantalones negros que se ajustaban a sus piernas, algo más casual y una chaqueta sencilla de tela delgada y moderna. Era lo más práctico para un almuerzo informal.

Buscó unos bóxer negros y ajustados y se los puso rápidamente, salió del claustrofóbico lugar llevando las ropas que usaría y empezó a vestirse.

El pantalón, los calcetines, la camisa. Metió un par de botones en los ojales; el conocido timbre de su móvil lo sobresaltó, miró hacia el buró en donde su móvil vibraba

Rodrigo buscó su móvil y suspiró al ver de quien se trataba. Deslizó el icono verde.

- Mamá - saludó aguantando una pequeña sonrisa.

- Hijo - respondió Manuela risueña -, ¿En dónde te has metido? He estado intentando localizarte por todos lados.

- No parece que hayas buscado bien - rió acomodándo el delgado aparato entre su hombro y oreja para seguir abotonando su camisa.

TAN DELICADA COMO UNA ROSA CON ESPINASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora