S41

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POV Alberto 

Cuando el camión de bomberos llega al aparcamiento ya no se puede hacer mucho por el viejo edificio. Marina contempla el fuego impávida; solo sus ojos revelan sus emociones y me siento más impotente que nunca viéndola mirar como su vida se hace humo. No puedo soportar que sufra una nueva perdida ya ha sufrido demasiadas. Quiero darle todo, quiero comprarle la luna con tal de borrarle la desolación que reflejan sus ojos sin embargo no puedo reparar la situación ni devolverle lo que ha perdido.

Trató de convencerla de que vuelva a sentarse y al tomarla de la mano frunce el ceño. A pesar de la oscuridad veo que tiene los dedos ensangrentados y siento que se me para el corazón.

—Marina abre la mano, por favor—ella lo hace soltando un grito ahogado de dolor. Tiene un corte en la palma probablemente se le ha clavado un cristal al salir de la cocina.

La examino con detenimiento y suspiro aliviado al comprobar que no tiene astillas.

—Está limpia—digo quitándome la camisa para hacerle un torniquete.

Los bomberos han apagado el fuego casi con la misma velocidad con la que se ha iniciado. Entonces comienzan las preguntas. Marina les dice todo lo que puede con un tono tan monocorde y un gesto tan indescifrable que me estremezco y pienso que está demasiado serena.

— ¿Se ha perdido todo? —preguntó ella—. ¿No se puede salvar nada?

—Habrá que ver qué opina el inspector —le contesta un bombero—Pero parece que se ha dañado la estructura central—asiente inexpresiva y me angustio.

Cuando llega la ambulancia me mira con la cara machada por el humo y con la camisa sucia y desgarrada, sus hermosas piernas también se encuentran escondidas bajo el color negro.

—No quiero ir al hospital—dice.

—Marina...

—Estoy bien—sonríe a medias pero necesita que le suturen la herida.

—Te acompaño—digo—Pero vas a ir.

Nueve puntos después, vuelvo a llevarla al coche. Alguna que otra vez, cuando era un niño, me habían suturado pero jamás había estado del lado del que sostiene la mano. Y cuando le clavaron la aguja en la herida a Marina, vi las estrellas, pero no me permití apartar la vista.

—Respira, Gritti —me ha dicho ella, secamente.

Esta sentada en el coche, con la cabeza recostada en el respaldo y la camisa mugrienta debajo de la cual está la lencería de encaje negro en la que no puedo dejar de pensar, ni siquiera en este momento.

—Deja de preocuparte —insiste con los ojos cerrados—. Estoy bien.

—No estoy preocupado—miento.

—Tengo que llamar a Jessica y a Red alguno me dejara usar un sofá, no será la primera vez—dice.

—No—niego—Ella voltea la cabeza como si estuviera demasiado cansada para mover otra parte del cuerpo y me mira.

—Vendrás a mi casa—añado.

Para mi sorpresa asiente sin oponer resistencia.

—De acuerdo.

Parece derrotada e, incluso en esas circunstancias, es algo tan atípico en ella, que me pregunto hasta qué punto estará destrozada. Incluso se ha negado a tomar los analgésicos que le han ofrecido en el hospital pero supongo que la convenceré para que los tome más tarde.

Marina no vuelve a decir una palabra en todo el viaje. Veinte minutos después, aparcó frente a mi casa y por un momento me quedo mirándola descansar en el asiento, con los ojos cerrados y sosteniéndose la mano herida con la otra.

—Lo siento mucho—me duele verla así.

—No es tu culpa—dice.

—No, pero tampoco es tuya.

Sé que he puesto el dedo en la llaga porque ella hace una mueca de dolor. Salgo del coche y corro a ayudarla pero se baja antes de que pueda llegar y gruñe cuando la alzo en brazos.

—Bájame tengo una herida en la mano no en los pies—protesta y aun así camino hasta la puerta de entrada con ella en brazos.

—Alberto, no seas estúpido te vas a hacer daño en la rodilla—dice.

Pone los ojos en blanco cuando la sostengo contra la puerta en lo que busco las llaves.

—Que ¿no tienes mayordomo? —pregunta.

—Como creía que te ibas a aprovechar de mí toda la noche, le he dado el día libre—digo.

—Déjame caminar Alberto, no seas tan protector que no hace falta—suspiro.

—Tal vez puedes apoyarte en alguien por esta noche. Apóyate en mi Mar—cierra los ojos y me abraza por el cuello.

—Supongo que por esta noche, podría—contesta.

—Solo por esta noche—convengo deseando que dure más tiempo.

La llevo hasta el cuarto de baño y la siento cerca de la bañera de hidromasaje.

— ¿Te apetece darte un baño? —le pregunto.

Asiente y me ve abrir el grifo comprobando la temperatura del agua.

—Déjalo Alberto, ya me ocupo yo—dice

—Está bien—le acaricio la mejilla—Llámame si necesitas algo, ¿Si? —Dejo un tierno beso donde antes han estado mis dedos.

Doy vueltas por la casa durante un rato y cuando vuelvo a mi dormitorio la encuentro sentada en medio de la cama, envuelta en dos de mis toallas, con la mirada perdida. Voy a buscar un vaso de agua y se lo llevo junto con las pastillas que me han dado los médicos.

SeducemeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora