Uno

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Llevaba despierto alrededor de veinte minutos, sentía el cuerpo pesado y algo cansado. Lo peor de todo es que podía sentir la nueva herida que tenía ahora, al parecer habían abierto su garganta para sacar lo que estaba obstruyendo su respiración. Aun en esos momentos se le dificultaba un poco, y ni qué decir del hablar. La ocasión en que intento decir algo, sólo por verificar lo que ya sabía, provocó que tuviera un ligero ataque de tos.

Eso le hizo pensar en lo demás, ¿sería que le habían sacado aquello de su interior? ¿Habrían quitado esas raíces de sus pulmones? ¿Las espinas que algún vez rasgaron tanto su corazón como sus pulmones? Pero entonces le vino a la mente su recuerdo, la forma en que tantas veces lo había buscado y cómo él había hecho todo por alejarse aun cuando sabía que era inútil.

Por alguna razón se sintió aliviado, como si le quitaran un peso de encima... porque él no quería olvidar, no quería deshacerse de ese sentimiento.

Aún recordaba con algo de pesar los días en la mafia, sobre todo los últimos, cuando su amigo, Oda, terminó perdiendo la vida por un convenio de Mori-san... En esos momentos no había querido aceptar las palabras que su amigo le había dado, pero no le quedaba de otra pues sabía que tenía razón. En la agencia o en la mafia no iba encontrar una razón para vivir pues nada llegaba a sorprenderlo, quizá en ocasiones fingía que algo podía hacerlo.

Sin embargo, algo de su pasado, algo que llevaba arrastrando en cada momento, a cada paso que daba, era algo que había dejado en la mafia. Una parte de él que siempre se negó a reconocerlo, no necesitaba de eso, no al menos cuando estaba dentro de la mafia.

Ahora que pertenecía a la Agencia, bien pudo haberlo buscado, o haberse ido con él, pero, ¿qué sentido tendría? Él mismo lo había entrenado, lo había moldeado de tal forma que fuera indomable pero obediente. En su momento se arrepintió de las palabras que le ofrecía, humillantes, hirientes, todo por quebrantarlo esperando que se levantara una y otra vez, había forjado el carácter del perro de la mafia a base de humillaciones y malos tratos.

Lo sabía, era como un perro rabioso que cada vez que lo veía intentaba hacer que lo reconociera para después asesinarlo.

Tan solo pensar eso le hacía sonreír, no una sonrisa que demostraba felicidad, tampoco burla o soberbia, sino más bien era una sonrisa para no demostrar cuanto le afectaba eso, porque él era Dazai, el gran Dazai, el hombre que había sido parte de la mafia y había hecho las peores cosas que ahora se dedicaba a ayudar a los demás, a salvar a los débiles, proteger a los huérfanos...

Los suaves toques en la puerta captaron su atención, segundos después ingresaba Atsushi con un semblante tranquilo, recordaba haberlo visto antes de ingresar al hospital pero no estaba del todo seguro, y creía que era mejor así, soportar los lloriqueos del muchacho era demasiado para él.

-Ah, Dazai-san -comenzó a decir su joven aprendiz-. Yosano-sensei dijo que despertaría pronto, que la anestesia no duraría más de un día. -Atsushi continuó hablando, mostrando su preocupación, pero él no le prestaba la mínima atención.

No es que Dazai no entendiera la preocupación de su subordinado, sino más bien que no le interesaba, a pesar de todo, una muerte por asfixia de ese tipo no es algo que él buscará, pero estuvo a nada de lograr lo que había estado buscando por tanto tiempo... la muerte. Sabía que nunca iba encontrar una razón para la cual vivir, he ahí el motivo por el cual deseaba con tanta desesperación la muerte, pues aunque podía darse el lujo de ciertos placeres, sabía que los demás podían dispensar de él. ¿Quién lo necesitaba en realidad? Nadie.

Lo único que querían era su mente, sus estrategias y a veces su compañía, pero nada más. No era más que una cara bonita con cerebro que en realidad no tenía un motivo por el cual vivir.

Lycoris radiata*Where stories live. Discover now