Prólogo

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La leyenda

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La leyenda.

Cuenta una antigua leyenda, que en las míticas tierras de Escocia hay una sombría presencia que vigila a los hombres, oculta tras un velo de niebla, aguardando el momento justo para bajar a la tierra y sembrar el caos entre sus habitantes.

Dicen arcanas voces, que todo comenzó durante las guerras de independencia. En esos tiempos, de muerte y fuego, no solamente los soldados contribuían en la lucha con sus arcos, también lo hacían los creyentes con sus plegarias, para que Odín bendijera aquellas flechas y siempre dieran en el blanco. Empero, la lucha se extendió por casi un centenar de años, periodo en que la tierra fue regada por las bermejas linfas de los muchos caídos en batalla.

Ante la lobreguez del panorama, seis druidas se reunieron en torno a las "piedras mágicas", depositarias de encantamientos ancestrales e iniciaron su ceremonia a los antiguos dioses nórdicos de Æsir para que el conflicto se acabara.

Durante horas, los presbíteros hombres dejaron ir su voz vehementemente hacia los cielos, pero el clamor de sus canticos y ruegos resultó indiferente ante los grandes Dioses. Aunque no pasó desapercibido para todos.

Una parca deidad se arrastró en la penumbra desde el firmamento, y de manera análoga su umbría figura se volvió lumbre al tocar el suelo, dentro del círculo sacro que formaban las piedras.

El misterioso Dios habló desde aquel fogonazo con los druidas, prometiendo el fin de la campaña belicosa, más que aquello, jurando la victoria, pero advirtiendo que un día enviaría a esa comarca un emisario para que esos favores fueran cobrados, también con sangre y fuego, de manera que la balanza volviera a "equilibrarse".

Más, advirtiendo la duda asomarse en algunos rostros desconfiados, añadió que aquello ocurriría luego de varios siglos, en un futuro tan lejano que ni siquiera sus bisnietos pagarían aquel precio tan aciago.

Los druidas finalmente aceptaron el pacto, bajo el lechoso ojo de la purpura noche, y entregaron su vida en ese acto, pues su esencia mortal también formaba parte de aquel pago.

El lamento del viento acompañó sus llantos, cuando el fuego en vorágine los fue arrastrando a todos, hasta que se fundieron con el cosmos lejano.

Tiempo después, al despuntar del sol de la alborada, otro grupo de seis druidas llegó hasta el sitio sacro para orar, encontrándose con piras de cenizas reverberantes por efecto de sus rayos; ajenos al hecho de que bajo sus pies yacían los restos de sus hermanos.

Su desconocimiento, empero, duró poco, pues una piadosa deidad Vanir, quien había observado, impotente, las acciones de aquel maligno ente del "caos y del engaño", aprovechó sus ruegos para auto convocarse en el sitio sagrado, portal entre la tierra y el cielo, e informó a los sacerdotes acerca de lo que había pasado y lo que pasaría años más tarde; prometiendo además que cuando el funesto día aconteciera, ella también enviaría a alguien capaz de derrotar al adversario.

Sin embargo, la Diosa necesitaba de su ayuda, pues un ser celestial no podía moverse en la tierra libremente sin la esencia mortal que lo volviera humano, al menos parcialmente.

Así fue como, con su consentimiento, tomó también sus vidas, y atesoró la esencia que en un futuro daría forma al ser que bajaría al mundo, para cobrar justicia.

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