XIII.- Corazón delator

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Si yo fuera el primero de la clase, tendrías que sentarte con él. Las cosas están bien como están. ¿O es que prefieres a Burnhead antes que a mí?

Volvió a apretar los labios al leer el mote y le dedicó una mirada cómplice. Acercó la rodilla a la suya y garabateó una réplica. Mientras lo hacía, sintió que las mejillas se le calentaban a causa de un inoportuno rubor.

Te prefiero a ti en todo.

El repiqueteo de la tiza se volvió más rápido y Jojo tuvo la sensación de que su corazón también latía al mismo ritmo. Había pasado más de un mes y a pesar de la lluvia y el frío, sus emociones seguían siendo intensas y dulces como una eterna primavera. Dejó que su mirada se perdiera en los dedos pálidos y elegantes de su hermano, admirando la pulcra caligrafía y lo limpias que estaban las mangas de su camisa.

Menos mal, porque me está costando mucho no superar a ese cretino para que no me cambien de sitio.

Jonathan leyó la respuesta y su corazón se aceleró aún más. Miró de reojo a Dio, que también le observaba soslayadamente, con aquella media sonrisa aún pintada en los labios. Luego apartó la vista, nervioso.

Dio odiaba no ser el número uno en algo. Que hubiera renunciado a su posición para seguir sentándose junto a él era más que un detalle amable. Le halagaba tanto que sintió sus orejas arder de vergüenza.

No tenía respuesta para eso, pero las miradas a hurtadillas, las sonrisas robadas y el ligero roce de su mano contra la de él tendrían que servir por el momento.

—Muy bien, señor Burnfield. Un trabajo perfecto, como siempre. Puede regresar a su sitio.

El siguiente en salir al estrado fue Archibald Penrose, otro joven del pueblo. Este era un muchacho algo más torpe y de origen humilde, que sí contaba con la simpatía de Jonathan. En otra circunstancia, Jojo le habría sonreído para darle ánimos, pero en aquel momento estaba distraído, como era habitual en él durante aquel último mes.

Se sentía como flotando en una especie de ensueño. Además de los cambios que estaba experimentando en su mente y sus sentidos, su cuerpo también parecía revolucionado. No solo había crecido unos centímetros tras su fugaz enfermedad, sino que aquel proceso de crecimiento continuaba, lento pero seguro, transformando su físico de una forma que le sorprendía y a ratos le aturdía. La pelusilla de su rostro parecía oscurecerse más y hacerse más recia con cada afeitado. El tamaño de sus músculos era considerable y su afición por el ejercicio físico contribuía a aquel desarrollo de forma espectacular. Ahora tenía pelo en lugares donde antes no había nada, músculos donde antes solo había carne suave e infantil y una energía interior que le resultaba difícil de gestionar. Especialmente cuando se trataba de las reacciones provocadas por la cercanía de su hermano.

Incluso en clase, en momentos como aquel, era incapaz de concentrarse del todo.

Si no era su imagen era su olor, que le cosquilleaba en las fosas nasales, produciéndole un hambre extraña y punzante. Su voz le hacía estremecerse. Cualquier contacto le resultaba escaso; los roces casuales y furtivos no le bastaban.

Cada día vivía esperando el instante en que pudieran quedarse solos para dar rienda suelta a esa nueva necesidad ardiente que le consumía por dentro, y cuando llegaba el momento, se entregaba a ella casi con desesperación, arañando cada segundo, sabiendo que en algún momento Dio le haría detenerse con las mismas palabras que utilizaba siempre:

«Tenemos que parar».

Esas tres palabras cada vez tardaban más en llegar, cada vez sonaban más ahogadas, menos convencidas, más débiles y más a regañadientes. Jojo comenzaba a entender mejor lo que sucedía. Dio era como era, no soportaba perder el control de las situaciones y estaba claro que los besos le provocaban el mismo efecto de aturdimiento y descontrol que a él. Jonathan nunca sabía cuándo era el momento de detenerse, pero por suerte, Dio sí. Y aún así, cada vez que tenía que hacerlo era como si le pusieran una cadena alrededor del cuello. Una parte de él se enfurecía y rugía, desesperada, haciéndole sentir como un animal.

El fuego y la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora