Capítulo 3

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Han pasado dos semanas desde que destrocé mi teléfono en mil pedazos y desde que vi por última vez a Kane Velkan. Cada vez que cierro los ojos veo su sonrisa cruel extenderse por su rostro y la sola imagen causa en mí un hormigueo tan intenso que me veo obligada a separar los párpados y agitar mi cabeza con fuerza para deshacerme de la abrasadora sensación.

Sentada contra la cálida pared de una chimenea, que se yergue sobre el tejado aplanado de la casa en la que me encuentro, observo la línea de edificios frente a mí. Ah, la gran ciudad... anhelada por muchos y odiada por otra cantidad considerable de personas. Lamentablemente, yo me incluyo en este último grupo. En lugar de altos edificios, luces brillantes que enturbian el cielo y carreteras transitas por cientos de vehículos, preferiría ver el verdor de la vegetación extenderse bajo mis pies junto con las copas densas de los árboles más altos que la naturaleza haya sido capaz de crear. Sí, ese es el tipo de lugar al que quiero ir cuando por fin me marche de aquí.

Inspiro profundamente y, bajo el cielo nocturno, el olor a humo procedente de los tubos de escape inunda mis pulmones. Arrugo la nariz asqueada por la fuerte esencia y, entonces, una de las aves que pasaba el rato junto con su grupo a unos pasos de distancia se acerca demasiado invadiendo mi espacio.

— ¡Estúpidas palomas! —me quejo espantándola con un movimiento de mi mano.

El ave de plumas grisáceas aletea lejos llevándose con ella al resto de la bandada. Siempre he odiado a esas desagradables "ratas voladoras" con sus pequeñas patas y sus ojos vacíos de siniestra mirada. Uh, me dan escalofríos sólo de pensarlo.

De repente, algo llama mi atención en la calle. Justo en la línea de edificios de en frente, a nivel del suelo, un hombre vagamente familiar camina en dirección a uno de los clubs que suelo frecuentar.

¿Dónde lo he visto antes?

Me separo de la chimenea, que desprendía cierto calor por haber estado probablemente encendida durante el día, y me arrastro hasta el borde del bajo tejado para poder ver mejor. Enfundado en unos viejos pantalones vaqueros y un jersey demasiado ajustado, el hombre que sufre un grave problema de calvicie prematura empuja las oscuras puertas dobles del local y desaparece en su interior. Antes de adentrarse del todo, vislumbro el tatuaje de curvadas líneas negras en forma de telaraña que se extiende por el lateral de su cuello... El recuerdo me golpea con fuerza. Es el mismo hombre que aparecía en la carpeta que Kane tenía sobre la cama en su apartamento.

Durante unos largos minutos, me quedo mirando las puertas por las que el presunto delincuente acaba de desaparecer.

No lo hagas, me digo a mi misma.

Resiste la tentación.

Lo has estado haciendo muy bien durante estos últimos días...

Presiono los labios con fuerza mientras todo mi cuerpo vibra por la lucha interna que mis pensamientos están teniendo en mi mente. Finalmente, separo los labios y dejo salir el aire que estaba conteniendo.

Nunca he sido de las que dejan pasar las oportunidades y, sin duda, está me da la excusa perfecta para volver a verle.

Treinta minutos más tarde estoy en el apartamento de Kane. Las sombras de la noche se cuelan por la ventana acompañadas por las tenues luces que ascienden desde las calles. Me muevo de forma sigilosa por el salón rodeando el sofá y después me aproximo a la puerta del dormitorio que, de igual forma que la vez anterior, permanece ligeramente entreabierta.

Empujo con suavidad la madera lisa y la puerta se abre sin hacer ruido alguno. Contengo el aliento al verlo sobre la cama. Una gran figura oculta parcialmente por las finas sábanas de color verde oscuro. Las carpetas de tapa amarillenta ahora descansan en el suelo junto a la mesilla de manera desordenada, como si simplemente las hubiese dejado caer sin importar el desorden que pudiesen causar. Con lentitud y mucho cuidado me encamino hacia la cama. Me detengo a su lado escuchando su profunda respiración. Kane está tumbado boca arriba y con los ojos fuertemente cerrados. Parece estar inmerso en un intenso sueño, sin embargo, no puedo decir que sea placentero. Las líneas de su frente se fruncen y sus dientes están apretados como si estuviese sufriendo. Mi corazón se encoje al verlo y, sin pensar, extiendo mi mano. Mis dedos se deslizan sobre el lateral de su rostro y su expresión parece relajarse bajo mi toque. Un segundo después, ya no estoy junto a la cama sino tumbada sobre ella y un hombre de aspecto realmente cabreado me inmoviliza contra el colchón de forma brusca. Su pesado cuerpo me cubre y su respiración acelerada se mezcla con la mía en el escaso espacio que nos separa.

La chica sobre los tejados © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora