Capítulo XVI. Donde la niebla parece más densa

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Noviembre, 341 después de la Catástrofe

Un grillo tocando las narices a escasos centímetros de nosotros, el rugido del viento golpeando los árboles, mi corazón desbocado presionando mis oídos. Y los ojos negros de Darek era lo único que podía prestar atención.

—No voy a hacerte nada, tranquilo —me dijo con voz queda, y apartó la mano de mi hombro. Entonces solté una profunda exhalación, y mi angustia se evaporó con el vaho despedido.

—¿Qué haces aquí?

El demonio me observó impasible un instante, para luego echar una ojeada al derredor.

—Tenemos que hablar.

Me ayudó a levantarme y, ante mi desconfiada mirada, me entregó el bastón y lo seguí por el camino de vuelta al Páramo. El frío dolía como una puñalada, pero aun así no lograba quitarle el ojo de encima. Si no fuera porque los temblores no me dejaban hablar, habría pronunciado de golpe todas las preguntas y acusaciones que se me pasaban por la cabeza. ¿Dónde me llevaba, a mi casa? ¿Era una trampa? Si hubiese pretendido matarme, en caso de poder hacerlo, no me habría salvado la vida. Ah, y qué oportuno.

En cierto momento nos desviamos por un camino conocido, y entonces comprendí adónde me llevaba.

—Darek... —dije sin pensar—. ¿Porqué estamos yendo a la casa?

—Quiero comprobar una cosa —respondió en voz baja, como si temiese que alguien nos pudiera escuchar.

Llegamos al edificio de las tejas hundidas. Las paredes, ahora ennegrecidas por el paso de los años, mostraban pintadas de cruces y advertencias. Atravesamos el jardín delantero por la senda formada entre los altos matojos y los arbustos esqueléticos y el porche crujió bajo nuestras pisadas.

Dentro solo encontramos polvo y ruinas, pero se había quedado flotando un ambiente lóbrego con reminiscencias a aquella noche.

Pisamos los cristales rotos de las ventanas y las botellas de alcohol en el pasillo. Un olor nauseabundo, híbrido de orina y vómito; una rata descompuesta en la entrada de la estancia; una enorme mancha marrón en los tablones de madera de lo que había sido la cocina, semicubierta por el polvo acumulado.

Miré a Darek. El demonio estaba enfrascado en observar aquella mancha.

Me di cuenta de que era la primera vez que había entrado en esa casa.

—Darek.

El demonio me miró, con el rostro impasible. Y negó con la cabeza.

—No siento nada.

—Así que era eso.

—Quería comprobar si todavía me afectaba este sitio. Pero ya veo que no. —Suspiró. Se acercó a mí y me rozó el brazo con la mano, indicándome que lo siguiera.

Fuimos a otra habitación que al instante reconocí. Había un colchón en el suelo, una silla rota, botellas vacías, cristales desperdigados y un cementerio de colillas. También una ventana con barrotes.

—Aquí fue donde pasé las peores días de mi vida. Y sin embargo, ahora lo miro y no me produce nada. —El demonio apartó la vista del suelo y la dirigió a mí—. Después de tantos años recordando una y otra vez todo lo que me hizo, por fin me es indiferente.

«Pobre Darek». Me dio lástima. Quise tocarle, pero no habría servido de nada. Lo tenía tan cerca y a la vez tan lejos. Lo veía y no estaba.

Y es que su existencia era más o menos ninguna.

«Recuerda, Mik, que eso de ahí es un cuerpo abandonado».

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