Capítulo 4 / Entonces procedamos (Actualizado)

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— Sí, te los borrará todos de inmediato. Esto es necesario antes de comenzar con tu traslado al otro plano.

— Ya—dijo Alfonso, un tanto melancólico por lo que aquello implicaba. Todo aquello que recordaba en ese momento, su madre, su novia, sus amigos de la escuela, aquellos proyectos de escuela y de vida que tenía en la mente... Todo aquello desaparecería apenas tome aquella mezcla morada. Nada alentador, como tampoco alentador le resultaría volver a la vida siendo una mujer y además enferma. Pero todo sea por volver a vivir.

Una vez preparado mentalmente para tomarse aquel jugo del olvido, Alfonso comenzó a dar sorbos enormes hasta acabarse todo el contenido del vaso en menos de un minuto. Deseaba que todo fuera rápido y no lento, creyendo que así, su olvido sería más rápido y así soportarlo menos. Y se quedó allí, sentado dentro de aquella cámara transportadora. El efecto le llegó bastante rápido.

Y así, Luz María y Juan Carlos, aquellos dos jóvenes adolescentes que le fueron asistiendo en todo este rato, comenzaron a activar el mecanismo de la cámara, haciendo que, de inmediato, Alfonso fuera rápidamente trasladado hacia la vida.

Y sólo bastó unos minutos para que Alfonso desapareciera de la cámara. Para estar allí, dentro del cuerpo de aquella mujer enferma. Esa tal Ania, del cual conocía y sabía sólo lo necesario.

Ciertamente, los dos jóvenes se felicitaron a sí mismos, porque su equipo finalmente pudo funcionar. Y todo gracias a aquellos Jueces, quienes les dieron la oportunidad de probar su prototipo con alguna alma desesperada por volver a la vida, alguien como Alfonso o quizás a algún otro, igual de encantado de volver allá.

— Finalmente funcionó, Luz María.

— Sí, Juan. Nuestro prototipo de cámara funcionó.

— Pero habrá que ver si el jugo morado funcionó.

— Debía funcionar, ¿no? Lo preparé al pie de la receta.

— Lo malo es que no hicimos una prueba, para ver si efectivamente funcionó.

— Sí—decía la chica a la vez que observaba otro vaso lleno, situado cerca del panel de control, sólo para darse cuenta de una cosa—. Oye.

— ¿Qué pasó, Luz María?

— Creo que la regamos un poco.

— ¿Por qué lo dices?

— Porque el jugo lava cerebros que está intacto— dijo Luz María, mostrándole a Juan aquel vaso con la bebida, el cual estaba marcado con la etiqueta "Jugo Morado del Olvido Existencial".

— ¿Cómo que está intacto?

— Sí, sólo mira— y Juan Carlos al ver la etiqueta del vaso, no pudo más que decir—.

— No me digas que...

— S-s-s-sí... Juanito—decía ella sintiéndose un poquito nerviosa.

— ¿Y entonces de cuál se tomó ese ni...? —se cortó Juan Carlos al ver que el vaso con su bebida, el cual era de uva, no estaba—. Ah, ya caigo, Luz. Le dimos el que no es.

— Perdóname, Juanito. Creí que esa era la bebida.

— No, pues es que ya la regamos de a tiro. ¿Y ahora qué vamos a hacer?

— No lo sé. ¿Crees que vayamos a tener problemas con los Jueces?

— No, si no se lo decimos a ninguno de ellos.

— ¿Pero y si se enteran? Nos van a despedir de aquí y nos separaran de nuevo. ¡No quiero que eso pase, Juan Carlos! — decía Luz María con un cierto grado de excitación desesperada, a la vez que se fue agarrando del brazo de aquel jovenzuelo—. ¡No quiero!

— No va a pasar nada, Luz María. Tranquila. Por ahora, lo que conviene es decir que todo salió bien. Y que sea lo que Dios quiera. Pero te juro que no nos separaremos de nuevo. Te lo juro, hermosa.

— Hermano—. Y ambos hermanos se mantuvieron así, abrazados, con la esperanza de que aquella embarazosa situación no les repercute en absoluto no sólo sus puestos de trabajo, sino también con su situación.

Ambos eran hermanos de una familia disfuncional y en vida aprendieron a quererse mucho. Murieron ambos por causa de un incendio producido en su propia casa, gracias a sus mismos padres, quienes en un momento de locura y borrachera, se atrevieron a prender la estufa de la casa, momento que hizo que un sólo chispazo, fuera la causa de muerte de aquella disfuncional familia.

Los padres se fueron derecho al infierno, pero ellos fueron confinados al Purgatorio, puesto que murieron, pero sin haberse arrepentido por sus pecados y porque terminaron siendo víctimas de las circunstancias, la vida para ellos se fue muy rápido. Y como parte de su formación de camino hacia el Paraíso, ambos jóvenes trabajan ahora como científicos en aquel enorme laboratorio que conformaba el Salón de las Conversiones.


Ya en el otro plano...

Volviendo con el caso de Alfonso, las cosas parecían ir sobre la marcha. El chico finalmente despertó, pero no pudo moverse, puesto que la anestesia ahora lo tenía tremendamente invadido. Lo único que pudo hacer era simplemente escuchar lo que el cirujano en turno decía. Parecía alarmado, de hecho, todos los presentes estaban alarmados. Y el sólo pitar de la máquina que detectaba el pulso cardiaco parecía darles una buena señal.

— La chica volvió, doctor— decía una de las enfermeras.

— Recuperamos a la chica—dijo otra enfermera.

— Entonces, el dispositivo funcionó— dijo el doctor, a la vez que observaba a la paciente, como queriendo convencerse de que aún seguía con vida.

— ¿Procedemos con el cierre de la herida, doctor? —dijo una de las enfermeras.

— Esperemos un momento más. Veamos el estado, pulsaciones.

— Aparentemente estable, doctor. No hay signo alguno de posible arritmia.

— De acuerdo. ¿Presión arterial?

— Volviendo a la normalidad, doctor.

— ¿Temperatura?

— 35 grados, doctor. Y al parecer estable.

— ¿Respiración?

— Normal, doctor. Pero parece que los efectos de la anestesia siguen haciendo efecto en su cuerpo, por unas horas más.

— Entonces, procedamos.


CONTINUARÁ...

La pasión de Ania (Edición Mejorada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora