«Vacaciones»

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«¡También he visto muerte! Debes olvidarte de esa absurda idea mortal sobre el amor... o acabarás con él... Huye lejos, Lena De Cote, hazlo antes de que sea demasiado tarde... para ambos...»

No conseguí dormir en toda la noche, aunque tampoco me atreví, tenía demasiado miedo como para intentarlo. No fue hasta que apareció el sol que, de pronto, asimilé lo que había ocurrido y descubrí que mi temor no se debía a lo que Valentine pudiera hacerme. Lo que de verdad me tenía como una estatua en la cama, era que sus palabras pudieran ser ciertas.

Cuando me asomé a la ventana, Christian ya estaba allí, esperándome al final de la calle. Nada más salir, mis ojos se clavaron de forma automática en él y, al instante, retrocedí un paso. «¡Ella le matará! ¡Nos matará a todos!» Las palabras de Valentine penetraron de tal forma en mi mente y en mi cuerpo que sentí que iba a desfallecer. Por un momento, deseé regresar corriendo al interior de la casa, encerrarme y tirar la llave en algún abismo profundo e imposible de encontrar. Deseaba haberlo soñado todo, pero al verle a él, supe que había sido auténtico y que cada una de las palabras que recordaba de Valentine, habían sido realmente pronunciadas.

—¿Ocurre algo? —Pegué un bote hacia atrás. Christian estaba a un escaso metro de mi cara y ni siquiera me había dado cuenta. Alcé la vista hasta sus ojos y algo se oscureció en su mirada, borrando la poca jovialidad que habían traído—. ¿Qué ha pasado? —su voz ahora era grave y preocupada.

¿Debía contárselo? ¿Debía decirle que Valentine había dicho que yo los mataría a todos? ¿Incluyéndolo a él?

—No quiero ir —solté como única respuesta.

—¿Qué?

—Sea donde sea que me llevas —mi voz tembló—, no quiero ir. Prefiero quedarme aquí.

La idea de la llave cayendo al abismo que había pasado por mi cabeza hacía apenas un minuto era tremendamente tentadora, así al menos me aseguraba de que no le haría daño a nadie.

—¿Qué te ocurre?

—Márchate, por favor.

Sin decir nada más, salí corriendo hacia la casa. Entré en la habitación y cerré, aún sabiendo que eso no detendría a Christian.

—Lena —dijo él apareciendo por la puerta un par de segundos más tarde—, basta de juegos, cuéntamelo.

Me volví hacia él, frotándome las manos de forma compulsiva, nerviosa y aterrada.

No puedo —solté. Al menos eso era totalmente honesto.

Él alzó las cejas.

—¿Qué es lo que no me puedes decir? —su voz era calmada, suave, como si intentara relajarme de esa manera, pero podía oír su corazón más acelerado de lo que sería normal para un gran predador.

Lo miré durante unos breves instantes y negué con la cabeza. No podía, y me sentía un ser horrible por ello. Me dejé caer al suelo y apoyé la espalda contra la cama, cubriéndome la cara con las manos.

—Vete, por favor —supliqué.

Pero como era habitual en él, no lo hizo. Se arrodilló a mi lado y apartó con cuidado mis manos. Pensé que diría algo, pero solo guardó silencio, observándome, a la espera de que yo pronunciara alguna palabra, paciente e imperturbable.

—No quiero haceros daño —dije por fin— pero lo hago.

Todos los que se han acercado a mí han terminado mal.

—Eso no es cierto.

—Flavio y Helga han muerto; Liam estaba herido y a Lisange se la llevó un guardián. —Tomé aire de forma pesa- da—, así que ellos también puede que lo estén. Me siento un monstruo, Christian. Solo es cuestión de tiempo que te pase algo a ti también, que te ocurra algo... por mi culpa.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora