Capítulo 3

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Nervioso, Dylan cambiaba el peso de un pie a otro y maldecía. Cuando tuve mi móvil y bolso recogidos, intenté alejarme de allí con la rapidez que me permitiera la falda que llevaba. Pero algo me lo impidió, y miré a Dylan, el cual me devolvía una mirada suplicante.

Cualquiera hubiera dicho que rondaba los cuarenta años, o al menos no he conocido a nadie que se conservara así a los cuarenta. Ni si quiera a mis padres.

–Necesito ayuda –dijo agarrándome el brazo.

–Ayuda –le miré desafiante.

¿Ayuda? A ti lo que te hace falta es una buena rehabilitación, pensé.

Las sirenas se iban acercando, pero aún no podía ver los coches ni las luces. La gente que estaba en el aparcamiento abandonó el lugar como las ratas abandonan un barco antes de que se hunda. Solo estábamos él y yo.

No lo hagas me dijo mi mente –y aún hoy día sigo preguntándome por qué lo hice–, pero mis manos fueron más rápido y le arrebaté el anillo de la mano izquierda. Me cercioré de que no llevara ninguna inscripción, y arrojé el anillo con todas mis fuerzas al tejado del pub. Me miró sorprendido y atisbé como levantaba su ceja derecha tras las gafas.

– ¿Llevas más? –le dije, consciente de que si me mentía, los dos saldríamos perjudicados.

–No –dijo– ¿y ahora qué?

¿Y ahora qué Ysolde? Me interrogó mi mente.

–Ahora… –y sostuve con fuerza mi bolso, y me vino la idea de golpe–…ven conmigo.

Las luces ya se veían girar en la esquina, quedaban pocos segundos para que entraran en el aparcamiento, y nosotros, pocas posibilidades de salir de ahí sin multas –o peor, una estancia entre rejas–.

Abrí el coche lo más rápidamente que pude y me monté. Él me miraba desde afuera sin moverse, bajé la ventanilla y le insté a que se montara. Cuando los dos estábamos dentro de mi coche alquilado, ya salíamos del aparcamiento antes de que la policía entrara. Aún nerviosa –pues sabía que aquello no había acabado– recorrí el camino hacia mi piso compartido, y aparqué.

Durante el recorrido en coche hasta casa, ninguno de los dos habló nada. Yo callé porque estaba en shock, cualquier día no se conoce a un famoso –del que tienes sus discos, y cantas sus canciones en la ducha– y tampoco en esas condiciones. Y él, ¿porqué estaba callado?

No lo había notado durante todo el trayecto, pero su mano derecha se posaba en su pecho, respiraba con dificultad y se mantenía quieto con los ojos muy abiertos y mirando hacia delante.

– ¿Estás bien? –le dije, mientras desataba mi cinturón y me acercaba a él.

Torció la cara hacia mí, pero apenas lo podía ver. Encendí la luz del techo y le quité las gafas, comprobé horrorizada que sus pupilas estaban dilatadas. Casi no podía dar el habla, pero esforzándose mucho, me dijo que no lo llevara al hospital.

Te puedes quedar [Resubido, sin terminar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora