Capítulo primero

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UNO

COMPLEJO UNIVERSITARIO DE PEKÍN,

SEIS MESES ANTES DE LA LLEGADA DE LA NAVE A ETA CARINAE

Noelia volvía a la residencia tras una dura y típica jornada. Por la mañana, las clases en la facultad; por la tarde, los entrenamientos para entrar en el Servicio de Inteligencia Gubernamental. Algo secreto que no había buscado, sino que, más bien, le había sido impuesto por su alto coeficiente intelectual y su genética, una de las pocas que aceptaban cierto tipo de implantes tecno-orgánicos, los necesarios para el espionaje, sin protestar demasiado.

La joven estaba deseando comer algo y meterse en la cama. Como siempre, el transportador que conectaba la zona militar con la universidad, una puerta de viaje instantáneo, la había dejado en la zona más alejada del campus. En el nivel 78, que aunque no era la altura de su casa, sí resultaba ser la de los jardines colgantes, la forma más deliciosa de desplazarse andando por la gigantesca ciudad.

Sobre su cabeza, las cimas de los rascacielos se desdibujaban en una atmósfera despejada. En sus bulliciosas terrazas pululaban restaurantes, cafés y las tiendas más chic de todo Pekín. A sus pies se tejía el entramado vegetal reforzado con fibra de vidrio-acero que unía los edificios de la urbe, como los hilos de una enorme tela de araña: tallos verdes que rodeaban y ocultaban los cables de soporte, cuajados de flores exóticas en las barandillas. Estos puentes ajardinados eran de anchuras variables según el tráfico de la zona y de vez en cuando se expandían en los gloriosos vergeles que le daban nombre. Por último, muy por debajo, estaban las calles y campos del área universitaria, donde pequeñas figuritas humanas paseaban, practicaban deportes o, sencillamente, sexo.

Noelia avanzaba a paso ligero, tenía ganas de llegar a su apartamento en la residencia de estudiantes. Cuando ya llevaba recorrido algo más de medio camino, un chico en aeroimpulsor descendió del balcón de un piso superior y aterrizó con suavidad delante de ella.

—Hola, guapa, ¡qué grata sorpresa!

Su voz era juvenil, como si todavía se anclara en la pubertad. Aunque hasta los dieciséis no se entraba en la educación universitaria.

—Hola. ¿Sorpresa? Y yo que pensaba que tras haberte cruzado varias veces conmigo, aquí, a esta hora, me estabas esperando —ironizó la joven, enarcando una ceja.

—Bueno… ¿Te hace una? Son de las nuevas…

El chico, de segundo año de Físicas, abrió su mano mostrando dos pastillas pequeñas y coloradas, con el inicio de una sonrisa expectante en sus labios.

Noelia suspiró. No le apetecía demasiado, no después de la paliza física que les había metido su instructora. Trepar por cuestas resbaladizas mientras intentaba encontrar algún sitio desde el que poder desactivar una supuesta bomba, al tiempo que esquivaba el fuego enemigo… Uf. Ya había tenido suficiente acción por un día. Pero claro, nadie le decía que no a una Supersex. No estaba bien visto. Y, además, quizá hasta se encontrara mejor después de un polvo rápido.

A sus espaldas, se acercaba andando un grupo de profesores. La joven cogió una de las dos pastillas del chico y se la tomó, al tiempo que lo empujaba contra una de las dos barandillas para no bloquear el paso. A continuación, se quitó su camiseta, se subió la falda y bajó las bragas. Su pareja ya se había desabrochado la bragueta y la esperaba, dispuesto. De un salto, se colgó de la cintura del estudiante, empujándolo contra el florido soporte vegetal. Debería dejar de hacer esas acrobacias; quizá por eso, Mao (porque se llamaba Mao, ¿no?) la buscaba tanto. Para cuando los otros caminantes llegaron a su altura y los sobrepasaron, sin dirigirles más que una breve mirada, la pareja ya había tenido tres orgasmos, colocados del todo por la fuerte droga que habían tomado. Al cabo de un par de minutos más, sus pupilas recuperaron el tamaño normal, todo resto de químicos salió de su sangre y se separaron. O, al menos, en el caso de Noelia, la cual, todavía con los nanobots que se había inyectado para el entrenamiento, eliminaba rápido los estimulantes.

La joven se arregló la ropa y se despidió del estudiante sin poder evitar darle un pequeño consejo:

—Sabes que está mal visto repetir, ¿no? Yo que tú no volvía por aquí hasta dentro de un par de meses. Que tengas un buen día.

Mao, si es que ese era su nombre, la miró, vidrioso, todavía perdido en el mundo de placeres instantáneos de la pastilla. Noelia calculó que, debido a su condición de ciudadano normal, aún le quedaban unos cinco minutos más.

            Cuando por fin llegó a la terraza ajardinada que conectaba con el rascacielos donde vivía entre semana, cogió uno de los cinturones de vuelo y se lo abrochó a la cintura. El polímero electrónico de su cierre fluyó para unirse, ajustando la correa a su talle. El edificio, rectangular y de paredes acristaladas, era uno de los múltiples bloques de apartamentos de la residencia de estudiantes. Sus accesos, aparte del principal a nivel de ático para acceder a las piscinas y otras zonas comunes, eran las entradas a cada una de las viviendas, situadas en las cuatro fachadas del rascacielos.

Noelia accionó el cinturón y comenzó a elevarse por el cielo hasta la terraza de su apartamento, en el nivel 84. Una vez allí, dejó el aeroimpulsor y permitió que los escáneres de la puerta la reconocieran y la dejaran entrar. Después, se dirigió a su cuarto, donde dejó en el suelo la mochila que llevaba y entró en el baño para darse una ducha rápida. No era que no llevara su kit de limpieza post sexo, como todo el mundo, sino más bien que, como iba hacia su casa cuando la abordó el chico (¿Mao?), había preferido esperar para asearse con agua. Donde estuvieran más de veinte chorros de temperatura y presión variables… Tras ese breve relax, se envolvió en una toalla y caminó hasta la nevera de la habitación más pequeña: la cocina, muy útil para comidas rápidas. Cogió los ingredientes básicos de un estofado de ternera y los colocó en el robot programable. Movió con rapidez los dedos sobre su pantalla táctil y fue a cambiarse de ropa mientras el electrodoméstico, cuya primera y arcaica versión fue uno de los mejores inventos de finales del siglo XXI, se lo preparaba. Y justo mientras estaba sacando un pijama del armario, la red del edificio le informó de que tenía una llamada.

            —Modo virtual —dijo en voz alta mientras cerraba los ojos.

            Y al instante vio cómo ante ella se formaban el salón de su casa y su madre, la cual estaba de pie delante del sofá,  mirándola con expresión preocupada.

            —Hola, madre, ¿sucede algo?

Una sensación premonitoria la recorrió, como clavándole agujas de miedo por toda la columna vertebral. Todavía faltaban tres días para el fin de semana…, para que fuera a casa a trabajar con ellos. Y María no solía llamarla, decía que no le gustaba la red, que prefería esperar a decirle lo que fuera en persona.

            —He pedido permiso para que vengas a casa. Ahora.

            —¿Qué ocurre?

            La sensación empeoró.

            —Es tu padre. Le han diagnosticado la enfermedad de Hai.

            Las agujas se transformaron en un jadeo helado que pareció quedar congelado en su garganta. La enfermedad de Hai… Imposible. Era una de las contadas causas de mortalidad de su sociedad, donde casi todos los males estaban erradicados. Pero ésa…, la pesadilla que se cebaba de vez en cuando con la gente que abusaba demasiado de los implantes…, no tenía cura. La esperanza de vida de quienes la padecían era de meses.

            —¡Maldita sea, madre! Sólo es un ingeniero, no un maldito soldado o espía. No debería pasarle esto. Las probabilidades son demasiado bajas.

            —Noelia… —la voz de su madre, tan serena como siempre, ocultaba el dolor que sin duda sentía, mucho mayor que el de su hija.

            —Perdona —se dio cuenta—. Ahora mismo voy. Yo… Dile… Es igual. Voy ahora mismo.

            De repente la ciudad ya no parecía tan luminosa, tan llena de vida y posibilidades. Mientras volvía a vestirse, apresurada, se preguntó qué se sentiría al morir siendo todavía joven. Y salió hacia su casa, dejando a un robot de cocina emitiendo pitidos intermitentes, avisando de que en su interior el estofado estaba listo.

 PRIMER CAPÍTULO DE HIPERNOVA, A LA VENTA EN EDICIONES BABYLON:

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TRÁILER:

http://youtu.be/7W3uK_Dp8ZA 

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