El diabólico fotógrafo serpiente

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El diabólico fotógrafo serpiente

 

En cuanto llegaban el verano y el buen tiempo a Leganés, el césped del parque Picasso se llenaba de grupos de jóvenes de distintas edades, fumando y bebiendo cerveza. No hacía falta que anocheciera para ver a las parejas sobándose y morreándose; subidos uno encima del otro. Escandalizaban a algunos adultos que paseaban el parque arriba y abajo mientras se quejaban de que aquello no era normal y hubieran apostado que iban a ser incapaces de acostumbrarse a tamañas muestras de amor entre la juventud del país. La misma tarde que nos dieron las notas en el colegio, los chicos de la Pandilla nos fuimos también a celebrarlo al parque.

Piojo Rubio quería aprovechar aquella primera tarde de las vacaciones porque sospechaba que podía ser la última en la que le dejarían salir. Así que reunió a la Pandilla, quería que nos juntáramos todos para desparramar. Su padre trabajaba todo el día y no volvía hasta que empezaba a anochecer, entonces concluiría su plazo para salir y disfrutar del verano.

– ¡Verás cuando tu padre vea estas notas, te vas a quedar sin salir a la calle lo que te queda de vacaciones! –le anunció su madre al verlas.

Piojo Rubio suponía que seis suspensos provocarían en su progenitor una reacción tan enérgica como la de su madre. No sé de quién fue la idea pero nos compramos una litrona cada uno para tomárnosla en el parque Picasso como los chicos del barrio que ya iban al instituto.

Piojo Rubio se pasaba todo el día contando chistes, se sabía uno sobre cualquier tema. A veces no podía parar y mareaba a partir de vigésimo chascarrillo seguido pero nos divertía escucharle en aquellas tardes de verano. Había tomado cervezas en el parque otras veces con su hermano mayor que estaba allí casi todas las tardes y no le dio vergüenza entrar en los frutos secos él solo a comprarse una litrona.

Félix entró inmediatamente después del Piojo Rubio para comprar otra litrona, debía estar dolido por que se le adelantaran puesto que para él era importante demostrar su liderazgo. En nuestra pandilla cada miembro tenía su función y la de Félix era ser el jefe. Los planes que proponía siempre eran grandes ideas o al menos tenía carisma y siempre consiguió que nos lo parecieran.

Yo era el encargado de poner motes, también era capaz de aportar ideas que sonaban mejor por boca de Félix, sería por lo del carisma. Como has podido deducir con mi aventura de esa mañana, no soy muy decidido. Cuando salió mi amigo con su litrona en la mano les propuse a los demás comprar juntos el resto de la cerveza.

Amalia era la única chica de nuestra edad en la calle y por tanto la más guapa. Yo sabía que no era el único al que le gustaba aquella muchacha, aquello me exigía realizar actos que de no haberme sentido obligado a impresionarla, no los hubiera realizado.

La Pandilla se completaba con otros dos chicos que tenían los apodos que yo les asigné. Redford, que era bajito, delgado y enfermizo, era el único niño con alergia que yo conocía entonces. El otro era Cabezabuque, un niño que hoy llamaríamos obeso aunque en aquellos tiempos mi madre decía que era un niño hermoso y sano. Todo lo que tenía de grande lo tenía de noble, de generoso y de bruto.

A ninguno nos sobró suficiente dinero para comprar tabaco y decidimos conseguir unos cigarrillos sueltos y chicles para disimular el olor a tabaco en nuestro aliento con lo que nos dieran en los frutos secos por los cascos de la cerveza. En otras ocasiones habíamos obtenido algunas monedas para flaxes o chicles recogiendo las botellas vacías que dejaban tiradas en el césped algunas pandas; a veces buscábamos en las cabinas de teléfonos el cambio en monedas que a algunas personas se les olvidaba recoger. Era una fuente de ingresos extra –la asignación semanal de nuestro padres era nuestro único devengo regular – que nos daba a veces para comprar algunas chuches que al adquirirlas con el dinero obtenido con nuestro esfuerzo, nos sabían más ricas.

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⏰ Última actualización: Jun 17, 2014 ⏰

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