CAPÍTULO 1 | Historia: Una decisión ante el Abismo (2/8)

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Los arcos, tensados.

Las flechas, apuntándome desde lo alto.
El sudor frío cayendo por mi sien, mientras tomo sobrada conciencia de mi delicada situación.

– ¿Quién acude a la fortaleza? – La pregunta, totalmente de esperar, tanto como mi total incapacidad de responderla adecuadamente. Ignoro qué hago allí, tan solo sé que mi nombre es Tylerskar, y que la pesadilla que me persigue dudo sobremanera serene ánimos de airearla.
Entrecierro los ojos y me atrevo a alzar un poco el mentón, de ese modo logro discernir el rostro de mi interlocutor. A juzgar por su armadura, alguien de cierto rango.
Un hombre baja su arma y cuchichea algo al oído de quien parece ostentar el mando en lo alto de la muralla. Tras eso, una señal de éste basta para que, al unísono, los arcos se destensen y se abra la compuerta principal.

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No me da tiempo de actuar. Prácticamente ni de pensar.
En un primer vistazo a través de la escueta apertura de los inmensos portones, distingo a gentes atareadas en diversas labores. Después de eso, tres hombres a caballo armados con lanzas se dirigen raudos a mi posición, apuntándome con las afiladas puntas y dirigiéndome al interior de la fortaleza.
De la tensa marcha extraigo la conclusión de que no seré agredido si no cometo ninguna estupidez. Como por ejemplo tropezar.
En un mero instante, mi torpeza calculando las proporciones de mis grandes pies hace estragos con mi equilibrio al pisar el saliente de un escalón. Mientras caigo de bruces, me preparo para recibir una sarta de palos por parte de mis vigilantes. Sin embargo, es una voz templada, grave, serena pero autoritaria, la que congela la estampa.
– ¡Alto! – Por algún motivo me siento a salvo por primera vez desde mi despertar en la llanura. Un brazo ase el mío alzándome del suelo pedregoso.
– Tienes que ir con más cuidado, chico. ¿De dónde vienes? – Parece adivinar la confusión en mi mirada, pues con una mueca de sonrisa en su rostro, niega de un modo apenas perceptible, para luego indicar a sus hombres que se retiren.
– Ven conmigo, buscaremos algo que puedas llevarte al estómago. – Acontece una pausa en la que su mirada parece ensombrecerse. – Vengas de donde vengas, hay un largo trecho hasta aquí... Y quizá sea la última cena que vayas a saborear.
Perplejo tras escuchar sus últimas palabras, ambos nos vemos sorprendidos por el rugido de mis tripas. Provocan en ese hombre una carcajada contagiosa que obtiene su eco en algunos de los habitantes de aquel lugar. Incluso yo mismo me permito mostrar una sonrisa mientras observo por turnos mis pies peludos y la gran espada que cuelga del cinturón de mi acompañante.

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Apenas un rastro de patatas y agua bien caliente en un cuenco de modesto tamaño.

Da igual, tengo tanta hambre que masticaría el barro inclusive.
Un niño me mira, curioso.
Tiene las orejas puntiagudas, su pelo rubio cae lacio sobre sus finos rasgos.
Cuando sonríe, lo hace con gracia, emanando una voz que parece más un canto, agudo y casi mágico.
Auron, quien me condujo hasta ese comedor y que resultó ser el comandante de la fortaleza, se había retirado para continuar con la guardia en la cima de la muralla.
De pronto, el niño me habla.
No es su voz lo que me congela la sangre, sino lo que dice.
– Tylerskar, ¿Has venido a matarnos a todos?


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El Símil (Día del lector)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora