Capítulo 9.- Despedida

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Pasaron varios días desde que el padre de Bástian falleciera, y desde que me confesara ante Jandy. Durante este tiempo todos tratamos de reencontrar nuestra forma de vida habitual, mientras que mi mejor amigo se esforzaba por asimilar su nuevo papel en su casa y por tratar de manejar su pérdida. Me pude dar cuenta de todo el empeño y trabajo que puso de su parte, pero a fin de cuentas fueron días muy complicados para él, y aunque traté de acompañarlo siempre, de brindarle todo mi apoyo, pude darme cuenta que Jandy era mejor en eso: prácticamente no se separaba de él y lo ayudaba escuchándolo en todo momento.

Por mi parte traté de mostrarme tan igual como siempre, pero la verdad es que no pude, o al menos me costó trabajo hacerlo por un tiempo.

Todo lo sucedido con el padre de Bástian, pero sobretodo la charla con Jandy, había removido en mi interior demasiadas cosas. Por fin me daba cuenta que dentro de mí había algo que me quemaba lentamente. Tal vez por eso siempre trataba de manifestarme alegre y juguetón, para no mostrarle a nadie mis sentimientos más recónditos.

Y tal vez fue ese reprimir de mis emociones lo que me llevó una noche a tener el sueño más vívido y hermoso de mi vida. Soñé que estaba en una pradera enorme, no alcanzaban mis ojos a ver el fin. Todo estaba cubierto por un pasto verde hermoso, lleno de vida. En mi sueño yo era un niño, de cinco o seis años, y sentía mucha alegría al ver un llano tan grande. Comencé a correr sin ninguna dirección, zigzagueando de un lado a otro, riendo a carcajada suelta, agitando mis brazos, sintiendo el viento cruzar mi rostro y cuerpo. Era increíble. Tan extenso era aquel prado que decidí correr para ver hasta donde llegaba, así que dirigí todo mi esfuerzo en línea recta, pero por más que corría no podía ver el fin del valle, y eso me alegraba y me daba ánimos de continuar trotando bajo el sol; cada vez más rápido, cada vez con más intensidad. Por momentos parecía volar de tan rápido que me movía, y por más que me esforzara no sentía cansancio alguno, y no quería detenerme.

No sé cuánto tiempo pasó, cuánto paraje recorrí y en realidad no me importaba, pero de pronto vi algo que me llamó la atención, un punto apenas que parecía sobresalir de entre la llanura. Me dirigí hacía él con la misma intensidad e impulso con el que venía recorriendo todo. Poco a poco aquel punto fue tomando forma exacta, fue elevándose cada vez más hasta que pude verlo con claridad: era un árbol enorme que se erguía esplendoroso entre el valle. Un árbol hermoso y lleno de ramas y hojas verdes que parecían acariciar el cielo. Un árbol al que le conocía muy bien cada rama y recoveco; era Nube, el árbol de mi infancia, el que vigilaba atento la casa de mi abuelita. Sonreí con gran entusiasmo, todo mi rostro mostraba mi felicidad por ver una vez más a aquel viejo amigo.

Llegué hasta él y lo abracé. Lo recorrí con la mirada, con mis manos lo acaricié recordando sus pliegues y arrugas. Sonreí más; nada había cambiado en Nube, era exacto a como lo recordaba. Sin esperar a nada lo escalé ágilmente, justo como lo hacía en la casa de mi abuelita. Pronto llegué hasta la cima y me recosté en la cuneta que hacían sus ramas. Me dejé llevar por la caricia del viento, por el arrullo de sus hojas, me embelesé con el panorama que me ofrecía la llanura interminable frente a mis ojos; las montañas lejanas, el infinito azul del cielo. Estuve ahí por un largo rato hasta que una voz conocida me habló desde tierra firme:

-¡Sergio! ¡Baja ya, mi pequeño!

No fue necesario decir más. Con agilidad acaté la orden y en sólo unos segundos ya estaba parado frente a ella, a la mujer más dulce del mundo, frente a mi abuelita.

-¡Abuelita! -Grité eufórico y la abracé con tal entusiasmo que casi la tiro.

-¡Dios mío! ¡Sergio! Ten cuidado que nos vamos a caer.

Sergio, hoy y siempre ¿amigos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora