17: "La historia perfecta"

607 78 6
                                    

Resulta difícil comprender la poca importancia que solemos darle a situaciones tan cotidianas como dormir o despertar, estamos tan acostumbrados a realizar esto de manera rutinaria que no nos damos cuenta lo maravilloso de estas simples situaciones.

Tantas veces me jacté de dormir "maravillosamente", y no fue sino hasta aquella mañana al abrir los ojos y tener de frente el amanecer, que entendí que me auto engañe durante todo ese tiempo; no solo era el amanecer, no podía negar que el despertar aquella mañana entre los brazos de Samuel, sintiendo su respiración contra mi cuello y el lento subir y bajar de su pecho contra el mío, eran lo que en conjunto me habían dado el mejor despertar de todos, si sumábamos el profundo amor que comenzaba a crecer en mi hacia él, bien podía morir en aquel momento y nada me importaría, era sumamente feliz; lo mejor de todo era que estaba decidido a olvidar todo, pasado y futuro.

El tiempo corría lentamente a su lado, perdí la noción de él mientras lo miraba atentamente, completamente inmóvil, su piel tibia y perfecta, sus parpados cerrados, sus labios rojos en aquella maravillosa curva que mostraban su felicidad interior, su aroma inundando mi respiración; me sorprendí a mí mismo paseando una de mis manos suavemente por su cabello, mientras la otra se aferraba a su espalda, parecía tan indefenso, y lleno de paz; besé lentamente su frente y cabeza disfrutando de cada contacto, todo parecía un sueño, estaba viviendo un maravilloso sueño.

Sus ojos se abrieron con lentitud, mientras su sonrisa se ampliaba un poco más, hundió sus rostro en mi pecho y finalmente depositó un beso donde se supone debe estar el corazón, sus labios subieron hasta mi cuello y llegaron a mi mejilla; un suspiro cargado de su cálido aliento escapó de mi pecho al tener su rostro de frente, y él lo correspondió con uno igual mientras acariciaba mi mejilla y rozaba con lentitud mis labios con los suyos, haciendo que mi ansiedad por sellarlos en un beso creciera poco a poco; pero leía mis pensamientos a la perfección y acabó con mi tortura en el instante mismo en que su suspiro se cortó.

-Buenos días – dijo tan pronto dejamos de besarnos.

-Maravillosos, diría yo – respondí sin pensar aun con los ojos cerrados e intentando guardar el sabor de sus labios entre los míos.

-¿Qué quieres hacer hoy? – cuestionó mientras se sentaba en la cama y me atraía hasta sus brazos.

-Lo que sea mientras esté a tu lado – me sorprendía lo desinhibido que me estaba volviendo a su lado, él me hacía sentir capaz de decir lo que pensaba sin temor a ser mal visto, rechazado o sometido a burla, solo con Samuel podía ser así.

-Mmmm – medito un instante – desayuno en la cama y paseo por el bosque, ¿te apetece? – y me podría haber propuesto viajar a China o ir al centro de la tierra, me daba igual, sus planes eran maravillosos.

-Perfecto – sonreí besando su mejilla – yo cocino – di un salto fuera de la cama, dejándolo con una expresión de sorpresa digna de capturar en la memoria.

-Pero yo me refería a... - trató de hablar quitándose las cobijas de encima.

-No, no – lo detuve y cubrí nuevamente – ayer tu cocinaste, hoy – agregue inflando el pecho y colocándome la playera – cocino yo – sonreí amplio antes de salir corriendo de la habitación, solo pude ver como negaba antes de cruzarse de brazos y dejarse caer de espaldas contra la cabecera.

Bajé lentamente las escaleras, deteniéndome en cada detalle de la casa, había varias pinturas en las paredes, todas con la misma firma, algo que resultaba curioso, pero que no les quitaba ni un centímetro de belleza, en la casa reinaba el silencio y solo el lento "tic-tac" de un gran reloj de piso rompían con él: a pesar del frio otoñal, en el interior se podía sentir el calor propio de un hogar, resultaba difícil creer que en aquel lugar podía vivir solo Samuel y no una familia completa. Caminé perdido por el salón y el comedor hasta llegar a la cocina, el día anterior no habíamos tenido tiempo de un recorrido, el camino a la habitación había resultado una prioridad y aunque al final de aquella noche el agotamiento le había ganado la batalla al deseo, no pude evitar que mis mejillas se tiñeran de carmín y una sonrisa boba se dibujara en mis labios al recordar aquel detalle.

Las musas de Samuel de Luque (Wigetta) #FL2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora