El Gen Weasley

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Ron tomó la mano de Hermione y salió con ella por una de las chimeneas del Ministerio de Magia rumbo al Callejón Diagon. Pero el corazón de Hermione Granger se había quedado en esa sala, al lado de Draco. Su alma estaba pegada a aquellos hermosos y atrevidos ojos grises y a esa boca que le había enseñado a besar. Ese hombre era su vida... pero ahora pertenecía a otra.

Mientras que Ron, con su mano gruesa y firme, se abría paso con ella por medio del gentío, sonreía y saludaba a medio mundo... luciéndola... mostrando su trofeo. Sí, eso era para Ron... un premio que acababa de conquistar y del que no se pensaba desprender. ¡Qué hubiese dado ella para que la mano que la guiara fuera la de Draco! Esa mano que la había recorrido por completo y que tantas veces la hizo gemir de placer. ¡Dios! ¿En qué momento le diría a Ron que ella no era virgen? Debía decírselo o callar y fingir. Eso hacían muchas brujas, ¿sería ella capaz? ¿Tendría la fuerza y la voluntad necesaria para engañar de esa manera a Ron? Para responder a esas preguntas aún no se sentía preparada, a pesar de que cada día que transcurría daba un paso más hacia la boda.

Draco por su cuenta, luego de despedirse y de dar gracias a Megara y a Neville, retornó a través de un traslador a Dinamarca junto a Narcisa, Kenson y Astoria. Esta vez sin la custodia de los aurores daneses pues era un hombre libre.

Le apremiaba llegar pronto a la facultad, pues a las dos de la tarde debía presentarse a dar un examen. Así que apenas llegó a casa de los Greengrass sacó sus cosas (bolso con libros y cuadernos) y sin despedirse ni dar aviso a nadie, tomó las llaves de su coche y salió en forma apresurada. En el trayecto compró algo de comer, esa comida muggle lo estaba enviciando y, realmente, le gustaba: donas y un gran vaso de cappuccino.

Debía reunirse con su grupo de estudio a la una y quince para finiquitar los últimos detalles del examen, a pesar de que el día anterior habían estudiado hasta altas horas de la noche.

Cuando llegó al lugar de encuentro, ubicado en uno de los patios del campus, advirtió que los rostros de ellos eran de preocupación. Por un momento creyó que sabían algo del juicio que acababa de terminar, pero luego pensó que eso era prácticamente imposible. Debía tratarse de otra cosa.

—¡Qué bueno que llegaste, Malfoy! No hay buenas noticias —quien le habló fue Russel, un chico delgado y alto, que al verlo de inmediato dejó su mochila en el suelo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Draco. Patrick, que era el compañero gordito y de baja estatura, respondió:

—Han hecho una junta de profesores y te quieren tomar el examen a ti a solas en forma oral. Creen que has hecho trampa durante las pruebas... dicen que no es normal que hayas avanzado tanto en tan poco tiempo y...

—Trampa no he hecho. Tal vez algo de magia para extender mis tiempos de estudios pero... —eso lo dijo sin querer pero sus amigos rieron—. No, eso no es cierto. Está claro que la magia no existe —agregó titubeante.

—Nosotros somos tus amigos, nos has ayudado mucho en los estudios y confiamos en ti, sabemos que no has hecho trampa —le dijo Margaret. Draco asintió.

—Bueno, entonces, ¿a dónde debo ir?

—¿Estás seguro que quieres dar el examen oral? Es de neurociencias, está difícil escribir las respuestas y pensarlas antes, peor será darlas oralmente. Si quisieras puedes llevar tu caso al Consejo Estudiantil, ellos te apoyarán para que te tomen este examen en forma escrita como el resto.

—No, tranquilos. No le temo a un grupo de mugg... —por poco y se escapa otra vez su faceta de mago—... de profesores. Me irá bien. ¿En qué salón me debo presentar?

Siempre serás MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora