Capítulo #37: Lo que resta por saber

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Cualquier día que empezase sin la capacidad real de levantarse de la cama estaba destinado a ser un pésimo día. Daichi abrió los ojos con la sensación de que recién los había cerrado hacía veinte minutos, como mucho, cuando sí había descansado sus seis horas mínimas. Pudo confirmar la pesadez de su cuerpo al levantar un brazo para apagar el despertador. Gruñó contra la almohada. Estaba agotadísimo. Dormir le había drenado la energía en lugar de recargarla, aparentemente.

Ni la fuerza ni la voluntad quisieron llegar a su cuerpo que apenas se deshizo de las sábanas. Solo observaba a la nada con ojos que luchaban por mantenerse abiertos. Se dio cuenta media hora después, quizás, cuando su madre lo sacudió del hombro, preocupada porque a esa hora ya debía estar desayunando. Rezongó. Sus músculos eran plastilina endurecida: podían moldearse a sus órdenes, pero el esfuerzo era superior al habitual.

—Hijo, ¿te sientes bien? —preguntó con el volumen más bajo audible para él.

—No mucho —admitió. Era imposible mentirle con que se había quedado dormido.

—¿Puedes respirar?

Tan abatido estaba que no había considerado esa opción. Giró hasta quedar boca arriba y tomó aire con lentitud. Frenó en cuanto sintió incomodidad, soltándolo todo.

—Duele si respiro profundo, pero sí puedo.

Su madre le dedicó una de esas miradas que detestaba. Caídas hasta los hombros, por toda la postura. De esas que transformaban la voz en algodón remojado en agua oxigenada para desinfectar la herida.

—No puedes ir a practicar así.

—Eso lo sé.

—Ni a clases. Te llevaré al médico.

—¿Qué? —salió sin ganas y con ojos entrecerrados.

—No me pongas esa cara, Daichi. —Y por alguna razón, su madre empleó su tono autoritativo. Cerró los ojos. Por lo menos le dolía el pecho y no la cabeza—. Comerás algo mejor de desayuno e iremos en cuanto puedas caminar.

—Pero si no he tosido en días...

—¡Pero algo debe andar muy mal para que estés así! —Se sentó a la orilla de la cama y colocó una mano sobre su frente—. No has tosido raíces ni flores marchitas, ¿verdad?

—Nada de eso, mamá.

—Esperemos que sea algo que se solucione con vitaminas. —Le acarició el cabello antes de retirar la mano—. Creo que es mejor que duermas un poco más.

—Antes de eso, ¿me pasas mi bolso? Por favor.

—¿Para? —Se levantó a buscarlo, de todos modos.

—Tengo las llaves del gimnasio. Llamaré a Suga para que venga por ellas.

—Oh, no te preocupes por eso. —Dejó el bolso a su lado. Daichi abrió el bolsillo donde guardaba las llaves—. Yo me encargaré de eso.

—No, se preocupará de más si no le explico yo. —Tomó su celular tan rápido como pudo de la mesita de noche y comenzó a marcar el número de Suga.

—Al menos déjame las llaves a mí para que no tengas que despertar cuando llegue.

—Bueno. —Accedió por ya estar esperando ser atendido. Su madre salió de la habitación con el pequeño llavero en manos.

—¿Daichi? —Al cuarto tono, escuchó su voz por la bocina—. ¿Qué sucede? Estaba por cepillarme los dientes.

—No podré ir hoy. —Trató de sonar lo más sano posible. Algo de somnolencia escapó, sin embargo.

Cuando las flores hablen por élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora