Capítulo 20

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—Estás hermosa —le susurró al oído bajo el brillo de las velas. 

Ginger rio y se apartó un poco para mirarlo a la cara. 

—Van ocho veces que me lo dices. 

—¿Ocho? ¿Tan pocas? —frunció los labios en un gesto que no pretendía ser sexy, pero que de todas formas lo fue—. Eso está muy mal, mejor que sean nueve. Estás hermosa. 

Ella sonrió, apoyando la cabeza en el hombro de Sebastian mientras entrelazaban sus manos y giraban lentamente al ritmo de L.O.V.E. un clásico de Nat King Cole que Ginger amaba. 

«"L" it's for the way you look at me». 

Las primeras canciones que habían sonado desde que llegaron eran modernas con un ritmo demasiado rápido. Ginger no insistió en bailar, en primera, porque no sabía cómo contonearse al ritmo de eso, y en segunda, porque sabía que Sebastian estaba demasiado cansado como para moverse siquiera de su asiento. Se le veía el agotamiento en el rostro, pero en cuanto el grupo en vivo dio vida a los primeros acordes de L.O.V.E., se sorprendió de ver una mano tendida frente a ella, en clara invitación a la pista. Él incluso ignoró completamente las advertencias de Ginger sobre tener dos pies izquierdos y uno fantasma y soportó el dolor de los últimos veintidós pisotones...Bueno, ya veintitrés. 

«"O" it's for the only one I see». 

Dios, Sebastian olía tan bien que le resultaba imposible despegar la nariz de su cuello. La tenía hipnotizada desde que había ido a recogerla a su casa. El corazón se le aceleró cuando escuchó su profunda voz amortiguada proveniente de la planta baja mientras charlaba con su padre, luego, ella tomó aire, bajó las escaleras... y no supo decir quién de los dos estaba más paralizado cuando sus ojos se recorrieron mutuamente. 

Sebastian, esperando al pie de las escaleras, con la respiración contenida, estaba para comérselo entero de lo guapo que se había puesto para la ocasión. Era la primera vez que Ginger lo veía peinado y embutido en un esmoquin; parecía hecho a la medida, ni una costura de más, ni una costura de menos, preciso a su cuerpo. La camisa blanca por debajo de la chaqueta lucía impecable y en el cuello llevaba una corbata de seda azul. 

Quien los hubiera visto, diría que se habían puesto de acuerdo con el color, ya que Ginger lucía un impactante vestido de chiffon azul con pequeñas incrustaciones de piedras brillantes en los finos tirantes. La única razón por la que había escogido ese modelito era porque el color era exactamente el mismo que Sebastian lucía en sus ojos; azul turquesa. 

Costó trabajo sacarlo de su estado de shock después de haberla visto con aquel vestido puesto y Ginger supo que había hecho una buena elección. Todo fue bien hasta que se dio la vuelta para salir por la puerta, ocasionando que Sebastian se paralizara de nuevo al reparar en el tamaño del escote que dejaba toda la espalda al aire. Entonces su vestido se convirtió en un arma mortal. 

Antes que nada, habían tenido una pequeña discusión acerca de asistir o no al baile. Ginger alegaba que Sebastian estaba muy cansado como para aguantar la noche. Él a su vez repelaba. «Es tu baile de graduación y tienes que ir. Nunca me perdonaré si te lo pierdes por mi causa» y entonces fue ella y dijo «No pienso poner un pie en el salón si no es contigo».

En fin, ni uno ni otro, de nada sirvió la discusión pues de todas formas acabaron tumbados en el sillón, besándose. 

Viéndolo bien, hubiera sido un sacrilegio no asistir a semejante baile. 

El hotel Ritz era la cosa más exuberante que Ginger jamás había visto. Pensar que sus indignos pies estaban taconeando sobre el suelo que María Antonieta alguna vez pisó, la llenaba de muda emoción. 

Lo que todo gato quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora