Sacrificio Astral

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Un largo pasillo se extendía frente a ella. Caminaba despacio, queriendo arrastrar los pies, sabiendo que ocurriría a continuación e intentando evitar el momento... e incluso que no llegase nunca. Pero Rachel sabía que eso era imposible y que como cada siete años, allí estaba: caminando tras una niña de siete años.

A escasos metros veía el salón de la casa; estaba atiborrado de gente. Reían, hablaban; en realidad parecían que se encontraban en medio de algún festejo. No obstante, ella solo tuvo ojos para la anciana. Parecía simpática. Tenía el pelo canoso y largo, recogido en un moño. Su rostro estaba lleno de arrugas y poseía profundos ojos negros.

Le faltaban algunos dientes y el resto de la dentadura presentaba un color amarillento. Aun así, la mujer era agradable y se dirigió a la niña. Le entregó un refresco mientras que Rachel permanecía junto a la pequeña, expectante, como si de un fantasma se tratara.

No sabía explicar qué ocurría, pero cada siete años vivía la misma experiencia y ella siempre se aparecía en ese lugar. En cambio, nadie reparaba en ella.

Impaciente y con los brazos cruzados, esperó el momento. En un rincón vio a un hombre. No dejaba de mirar a la niña y tras unos instantes, se dirigió a ella. Nadie vio el cuchillo que llevaba, tan sólo Rachel, que a pesar de gritar que tuvieran cuidado, que el desconocido iba armado, sus palabras no fueron escuchadas.

Al fin y al cabo, ella no estaba allí. Tan solo era una espectadora de unos hechos que se cometieron hace mucho tiempo.

Sin embargo, la niña si vio el cuchillo. Caminó hacia atrás, evitando la primera puñalada y corrió como pudo entre la gente. Su afán era huir de aquel hombre, pero él era mucho más rápido. Sentía como sus dedos se cerraban sobre su cazadora. Aun así, la chiquilla logró zafarse de él al desprenderse de la ropa y en su camino se cruzó la anciana.

La niña, asustada, se protegió tras ella. La mujer recibió la puñalada y al instante un chillido resonó en la sala. Dos jóvenes se lanzaron contra el asesino; pero era demasiado tarde y la anciana cayó al suelo.

Muchos fueron los que la socorrieron y cubrieron la herida, mas no lograron nada. La hemorragia era intensa y mientras agonizaba, la mirada de la mujer se fijó en la niña. Sus ojos negros la culpaban, expresaban odio, y también venganza.

Y tan pronto como apareció en el extraño sueño, Rachel se desvaneció. El entorno comenzó a volverse borroso; la gente se convirtió en una espesa cortina de humo, al igual que los muebles y el estrafalario decorado, hasta no quedar nada. Tan solo, oscuridad.

A Rachel le latía muy fuerte el corazón. Presentía que estaba en la misma sala y que para nada estaba sola. A tientas comenzó a moverse con las manos por delante de ella. Esperaba palpar algo, lo que fuera, con tal de guiarse en aquel gran espacio y encontrar una salida.

Entonces sus dedos toparon con algo. Era suave y áspero a la vez. Sus manos estaban atrapadas en... en cabello.

Asustada dio un paso atrás, a la vez que miraba a su alrededor. Su vista ya estaba más acostumbrada a la oscuridad y tal como preveía, no estaba sola.

A unos centímetros se encontró a la anciana, aunque su aspecto era mucho peor que el de hacía unos minutos. Tenía más arrugas; estaba demacrada y dominada por la ira se lanzó a por ella.

En ese instante despertó jadeante. El corazón le palpitaba con fuerza, tenía la frente perlada en sudor. Pero algo iba mal, algo la estaba aprisionando...., algo o alguien estaba sentada sobre su estómago.

Cuando alzó la vista volvió a ver a la mujer. Estaba a horcajadas sobre ella y de nuevo sus manos se lanzaron a su garganta. Rachel gritó, se agitó e intentó liberarse de las manos, sin éxito. Solo una voz logró despertarla.

—Eh, es sólo una pesadilla. Tranquila Rachel, abre los ojos. ¡Mírame! —la voz de Mark, su novio, logró arrancarla de las garras de la sicópata que la acosaba en sueños y regresó a su dormitorio. Dormía junto a él en una amplia habitación pintada en tono melocotón y decorada con pocos muebles, todos ellos en tonos claros—. Solo ha sido un mal sueño —la consoló atrayendo hacia él.

—La misma pesadilla que se repite cada siete años y siempre el mismo día. ¡La noche antes de Halloween! —refunfuñó liberándose de él e incorporándose—. Perdona, no quiero pagar mi enfado contigo..., es solo que llevo mucho tiempo soñando con ella y hoy ha sido más real que nunca.

—Estás muy nerviosa. ¿Por qué no me cuentas de qué trataba?

Rachel se dejó rodear por los brazos de Mark y se tumbó junto a él.

—La primera vez que soñé con ella tenía siete años y fue la noche de Halloween. Lo recuerdo porque desperté asustada, y ese año había elegido un disfraz de bruja... un disfraz que me recordaba a ella. Me negué a disfrazarme y mis padres se enfadaron bastante —lanzó un amargo suspiro y empezó por el principio. Le narró todo el sueño y cada detalle que recordaba—. Cuando tenía catorce años el sueño se repitió. Al despertar, me giré, la vi sentada a mi lado, sonriéndome. A los veintiuno, sucedió lo mismo, salvo que en esta ocasión, dormía a mi lado. Y..., hoy..., hoy se ha lanzado sobre mí. Incluso me duele la garganta —susurró masajeándose la zona dolorida.

—Puede que tu subconsciente quiera decirte algo. Todo empezó cuando eras niña, quien sabe, quizás decepcionaste a alguien y seas incapaz de olvidarlo.

Rachel no respondió. Se acomodó junto a Mark e intentó conciliar el sueño, aunque fue imposible. Más tarde, cuando el joven ya dormía, se dirigió al baño. Tenía un palpitante dolor de cabeza y si no tomaba un analgésico y dormía al menos unas horas, no podría rendir en el trabajo.

Somnolienta se miró en el espejo. Tenía el pelo color avellana y siempre lo llevaba liso, salvo en ese instante que era una gran maraña de cabellos. Poseía unos grandes ojos color aceituna y unos abundantes labios rosados. Al volver a mirarse en el espejo contempló algo que llamó su atención: tenía pequeños moratones en el cuello.

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El creador de pesadillasWhere stories live. Discover now