Fantasmas Pt. II -Fátima-

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Pasaron unos pocos días sin demasiados cambios cuando un hombre llamó para hablarme sobre mi herencia

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Pasaron unos pocos días sin demasiados cambios cuando un hombre llamó para hablarme sobre mi herencia. Estuve descolocada durante tres minutos hasta que tuve que interrumpirlo, pues no había escuchado nada de lo que siguió a eso.

—Alto —le dije—. ¿Mis padres dejaron una herencia?

En términos prácticos y simples, ese hombre me explicó la situación como si fuese una niña de tres años y, por mi pregunta, quizá lo merecía. Me costó mucho escucharlo, afirmé con la cabeza todo el tiempo como si él estuviese viéndome y, para cuando corté la comunicación, sentí un nudo en la garganta. Creo que, desde que lo había perdido todo, era la primera vez en que sentía siquiera un poco de alivio. Mi tío no podía mantenerme él solo, y la idea de tener un poco de ayuda hacía latir mi corazón y me despertaba deseos de llorar una vez más. Las cosas iban a mejorar... O al menos tanto como podían en el contexto en que nos encontrábamos.

Me dirigí al horrible colegio con otra seguridad. No voy a decir que iba feliz y empoderada, ni siquiera estaba contenta, pero el alivio había dormido momentáneamente al monstruo de la ansiedad y me permitía erguir mi espalda y fijar la mirada. Ya no me sentía tan desamparada.

Hoy nadie iba a pisar mi cabeza.

¿Han notado esos desafíos que a veces la vida o Dios ponen en nuestro camino? ¿Han notado cómo nos dan lecciones de humildad y nos arrinconan cuando nos atrevemos a asomar la cabeza para buscar nuestra antigua etiqueta, esa que ya no va con nosotros? Ese día iba dispuesta a recuperar mi etiqueta de abeja reina así tuviese que aplastar a Rocío Guzmán, pero creo que no me equivoco cuando digo que, si no somos capaces de reconocer los límites por nuestra cuenta, entonces los límites nos abofetearán hasta que despertemos.

Intento explicármelo a mí misma aún al día de hoy: Yo ya no soy Fatita la Fofa y tampoco soy la abeja reina de Rawson. Pero, mierda, ¡qué difícil es deshacerse de las etiquetas! Las buenas y las malas. Qué difícil es engañar a la mente para que deje de engañarnos. Quiero decir que la gente puede señalarte y clasificarte del modo en que quieran, pero, al final, lo único que te encasilla es lo que vos mismo creés de tu persona.

Créanme: Somos nuestro único enemigo.

¿Cómo descubrí esto? Bueno, me encontré cayendo de bruces al suelo después de hacer lo que yo consideraba "una entrada triunfal" a mi nuevo colegio. Ya saben, iba meneando mi cabello largo y castaño, alzando la barbilla y mirando al frente cuando un pie salió de la nada. Esa barbilla alta y orgullosa se estrelló contra el suelo y la carcajada de Rocío fue como una patada en el culo que me regresó a la realidad.

A mí realidad.

—¡Mirá a la nenita de papá! —se reía ella, acompañada por sus amigas. —¡Se te perdió la corona, trucha!

Dejar de ser Fatita la Fofa fue un proceso muy largo para mí, requirió mucho esfuerzo y me obligó a enterrar muchas características de mi personalidad. Ya saben, mucha gente me dijo "Tenés que ser vos misma", pero no creo que lo dijeran enserio, porque la gente seguía burlándose de mí. Una de las primeras cosas que aprendí fue a no llorar. Nunca, jamás llorar en público, no importaba cuánto quemara, no importaba qué tan difícil se volviese digerir la humillación, no importaba si llegaba a casa con la garganta adolorida por el esfuerzo. Llorar les da la ventaja.

Hija de la Muerte -Ganadora de los Wattys 2018-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora