Capítulo VIII: Vástagos

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Parecía que esta vez había sido el sueño quien había ganado terreno y la atormentaba ligeramente con sus orígenes. El mal sabor de las palabras "abominación" o "monstruo", seguía allí, y ella comprendió que después de todo, aquellas personas sin rostro que la habían mirado con asco y horror, tenían algo de razón.

Su pasado era algo que no podría jamás considerarse dulce, para ella resultaba de hecho, en algo que le provocaba un profundo sabor amargo y acidez en la boca del estómago; pero tenía la absurda creencia de que recordar el pasado, le rememoraba también los errores que no debía de cometer por segunda vez y hacia que estirpe dirigir su odio.

Quizás era un poco masoquista... Bastante, para ser sinceros, pero los recuerdos sí que eran buenos compañeros cuando sentía que flaqueaba en su resolución; y uno de sus pasatiempos preferidos, que la ayudaban a mantener bien arraigada a esas amargas memorias, era leer una y otra vez el mismo libro que le habían obsequiado tanto tiempo atrás.

La luz de la mañana se filtraba, y el mullido sillón de terciopelo rojo colaboraba en mantener su enfoque. La puerta se abrió de un momento a otro, mientras Titania recogía el libro que se había caído al suelo por su descuidado momento en los brazos de Morfeo. Suaves pisadas sobre el suelo alfombrado la mantuvieron alerta, y alzó la vista en el momento en que la figura masculina se detuvo junto a ella. Unos largos segundos fueron seguidos por completa calma y silencio.

—Drogo —Saludó entre dientes, abriendo nuevamente su material de lectura en la página que había quedado. El contenido se lo sabía prácticamente de memoria, y sin embargo, era mejor que cualquier otra cosa.

—¿Lees de nuevo ese libro tan viejo? ¡deberías pensar en cambiar de vez en cuando!

Pasando una desgastada página amarillenta de su lectura principal en las últimas décadas, Titania se deicidio que sería mejor ignorar la sombra masculina que se instauró justo a su lado y la fuerte voz ligeramente ronca que se filtraba hasta sus oídos como una caricia. No importaban las palabras que usara, la voz de Drogo siempre le había gustado, aunque perteneciera a un imbécil.

Su trabajo de esa mañana en particular, consistía en cuidar de Louisa Millán —La nieta de ni más ni menos, que ese maldito Emmett Wolfgang y todo su clan de anárquico de porquería—. La mujer pelirroja había sufrido un casi estrangulamiento y un susto de muerte que la había llevado a la pérdida del conocimiento, la noche anterior. Titania no la culpaba y de hecho envidiaba un poco, el cómo reposaba con tranquilidad y sin preocupación sobre la acolchada cama de una de las habitaciones de huéspedes.

—¿No me hablas? ¿Estás molesta por algo que dije... o hice? ¿Cómo siempre? —El hombre se inclinó junto a ella, y con unos mechones de pelo rubio sobre un hermoso rostro cincelado, Drogo buscó su mirada sin contrariarse por la cercanía de ambos rostros.

Titania se acomodó en el sofá, y poco dispuesta, pero negándose a parecer una cobarde, dirigió sus ojos grises a los orbes ámbares de su "hermano". Enseguida, él sonrió triunfante, elevando las esquinas de sus labios de forma cínica y sensual... Su corazón dio un respingo por el pequeño gesto, y Titania decidió que lo odiaba un poco más cada día.

—No deberías estar aquí —Soltó con sequedad y el ceño levemente fruncido —. Se suponía que tenías que salir a patrullar con Nicolae y Peter.

Drogo se encogió de hombros, se enderezó y se movió en dos pasos hasta quedar frente a ella. Su cuerpo masculino cubría a la perfección su visión de la habitación, dejando solo el vientre plano y formado, y su torso completo para alimentar la mirada de Titania... Por supuesto, no es como si Louisa Millán se fuera a levantar de la nada y a salir huyendo de la habitación, pero sí que le incomodaba un poco la restricción de su vista panorámica.

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