La fiesta: planta baja.

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Merry llegaba tarde, pero por una vez en su vida aquello no importaba. 

La casa de Emily Thompson era exageradamente grande y la chica, que acababa de mudarse a un bloque de pisos bastante modesto, se sentía fuera de lugar. Desde el primer momento ir allí le había parecido una idea horrible, pero no le había quedado otra alternativa. Quería integrarse en el instituto. A los nuevos como ella no solían invitarlos a nada a menos que tuviesen buenos contactos, así que que la hubiesen colado en esa ocasión era una oportunidad que no podía desaprovechar. En la lucha por la supervivencia se necesitaban aliados, y aquel era el momento de conseguirlos. Sin embargo, Merry dudaba que alguien fuese a fijarse en ella en una fiesta como aquella, en la que toda la atención era para los integrantes del equipo y los alumnos de penúltimo curso en general. 

Se paró a una distancia prudente y dedicó unos minutos a observar la figura de la enorme vivienda contra la oscuridad del cielo. Era como si las luces de todas las habitaciones estuviesen encendidas. No pudo evitar pensar en el despilfarro de energía y sacudió la cabeza para despejarse. No era el momento. Había una fiesta a la que sobrevivir. Exhaló y reanudó la marcha. Tocó al timbre y la propia Emily (con la que no había hablado más de dos veces) la invitó a pasar y le plantó un beso en la mejilla. A Merry siempre le había parecido parecido curioso cómo las fiestas conseguían convertir a todos en iguales durante un puñado de horas; los prejuicios desaparecían, todos eran amigos de todos. La experiencia le había demostrado que el ser humano más comprensivo y dulce del mundo era una chica borracha en el baño de una discoteca.

Sintió su móvil vibrar. Sus amigos habían llegado hacía un rato y la estaban esperando. Amigos. Aún se le hacía raro llamarlos así. Sólo habían pasado tres meses y medio desde que los había conocido. Y sin embargo, después de su familia, aquel grupo de cuatro era el único apoyo que tenía para enfrentarse a la realidad. Su maldita realidad.

"Y Ravel."

También estaba Ravel.

Se había prometido que no lo haría, pero no fue capaz de mantener su palabra. Mordiéndose el interior de la mejilla pulsó el icono del corazón naranja mientras sentía que el suyo iba a salírsele del pecho. Como un arbol de navidad, la pantalla que mostraba el mapa se iluminó con varios puntos de color verde, cada uno con un nombre escrito al lado. Todos estaban allí. Absolutamente todos. Merry se apresuró en bloquear el dispositivo y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. Tenía que encontrar a sus amigos con urgencia. Mezclarse. Mimetizarse. Desaparecer.

Antes de que él la encontrara primero.

—¡Mers!

La chica se giró alarmada y buscó el origen de la voz, pero una sensación de alivio la embargó cuando vio a Coraline agitando los brazos con entusiasmo mientras Eddie la invitaba a brindar sin nada desde la distancia. Merry se fue abriendo paso entre la multitud con más decisión de la que se creía poseedora. Ivanna le pasó el brazo por los hombros en cuanto la tuvo cerca y Cora le puso un vaso entre las manos con una enorme sonrisa.

—¿Por qué has tardado tanto? —le preguntó Thomas mientras le daba un beso en la frente.

—Por el maquillaje —contestó Ivanna por ella—. Seguro que ha sido por eso.

Merry no pudo más que reírse y volver a toquetearse nerviosa el pelo. Ivanna estaba en lo cierto, Eddie se reía de una forma muy ruidosa y Coraline no dejaba de halagar su vestimenta y de chincharle a Thomas por estar demasiado quieto. Merry acabó estirando el brazo para liberar al joven de las garras de su amiga, y él se lo agradeció entre risas. Todo iba a ir bien. Se iba a divertir. Le dio un largo trago a la bebida y sonrió al saborear el toque dulce del líquido. Encajaba con ellos. Pertenecía a aquel grupo. Podía bajar la guardia. No había nada de lo que preocuparse.

Ravel.Where stories live. Discover now