¿Osos?

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Todo el mundo nos miró cuando nos dirigimos juntos a nuestra mesa del laboratorio. Me di cuenta de que ya no orientaba la silla para sentarse todo lo lejos que le permitía la mesa. En lugar de eso, se sentaba bastante cerca de mí, nuestros brazos casi se tocaban.

El señor Banner entró a clase de espaldas llevando una gran mesa metálica de ruedas con un vídeo y un televisor tosco y anticuado. Una clase con película. El relajamiento de la atmósfera fue casi tangible.

El profesor introdujo la cinta en el terco vídeo y se dirigió hacia la pared para apagar las luces.

Entonces, cuando el aula quedó a oscuras, adquirí conciencia plena de que Edward se sentaba a menos de tres centímetros de mí. La inesperada electricidad que fluyó por mi cuerpo me dejó aturdida, sorprendida de que fuera posible estar más pendiente de él de lo que ya lo estaba. Estuve a punto de no poder controlar el loco impulso de extender la mano y tocarle, acariciar aquel rostro perfecto en medio de la oscuridad. Crucé los brazos sobre mi pecho con fuerza, con los puños crispados. Estaba perdiendo el juicio.

Comenzaron los créditos de inicio, que iluminaron la sala de forma simbólica. Por iniciativa propia, mis ojos se precipitaron sobre él. Sonreí al ver que su postura era idéntica a la mía. Correspondió a mi sonrisa. De algún modo, sus ojos conseguían brillar incluso en la oscuridad.

Desvié la mirada antes de que empezara a hiperventilar. Era absolutamente ridículo que me sintiera aturdida.

La hora se me hizo eterna. No pude concentrarme en la película, ni siquiera supe de qué tema trataba. Intenté relajarme en vano, ya que la corriente eléctrica que parecía emanar de algún lugar de su cuerpo no cesaba nunca. De forma esporádica, me permitía alguna breve ojeada en su dirección, pero él tampoco parecía relajarse en ningún momento. El abrumador anhelo de tocarle también se negaba a desaparecer. Apreté los dedos contra las costillas hasta que me dolieron del esfuerzo.

Exhalé un suspiro de alivio cuando el señor Banner encendió las luces al final de la clase y estiré los brazos, flexionando los dedos agarrotados. A mi lado, Edward se rio entre dientes.

-Vaya, ha sido interesante -murmuró. Su voz tenía un toque siniestro y en sus ojos brillaba la cautela.

-Y que lo digas- fue todo lo que fui capaz de responder.

-¿Nos vamos? -preguntó mientras se levantaba ágilmente.

-Ahora no tengo clase, sí que si me permite el caballero lo escotaré hasta su aula antes de ir a la biblioteca- dije.

Él se rio divertido y asintió.

-¿Te das cuenta de que todos nos miran?- le pregunté.

-Nos llevan mirando todo el día- dijo encogiéndose de hombros.

-¿Y te molesta?- pregunté preocupada.

-Para nada, ¿a ti?- me preguntó curioso.

-¿Qué si me molesta que me vean contigo?- dije incrédula- claro, a todo el mundo le molesta que le vean con chico atractivo e increíble.

-¿Piensas eso de mí?- me preguntó sonriendo.

-Solo cuando no frunces tanto el ceño- dije guiñándole un ojo.

Cuando llegamos frente a su clase Emmett estaba en la puerta esperándolo. Me volví para despedirme. Me sorprendió la expresión desgarrada, casi dolorida, y terriblemente hermosa de su rostro, y el anhelo de tocarle se inflamó con la misma intensidad que antes. Vacilante y con el debate interior reflejado en los ojos, alzó la mano y recorrió rápidamente mi pómulo con las yemas de los dedos. Su piel estaba tan fría como de costumbre, pero su roce quemaba.

Mi sol a media noche. (Edward y oc)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora