Capítulo 39

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Recuperada del suceso de su amiga anciana, Iraíla buscó el espacio para conversar a solas con Abigaíl.

Antoon se enteró que había llegado luego del efusivo saludo de su tía, sin embargo, prefirió ignorar su presencia y se embelesó en el piano para controlar las ganas de ir a buscarla. Sería una conversación exclusiva de mujeres mientras compartían una taza de café. Siendo una joven que practicaba la espiritualidad y la moral, sentía que estaba obligada. De no hacerlo, el prejuicio la lastimaría con sus garras afiladas. Directo al tema, le agradeció por haber sido razonable con su comportamiento.

—Le debo una disculpa, Abigaíl.

—¿Por qué crees que me debes una disculpa, Iraíla?

—No fue correcto... ni prudente, que hubiera amanecido con Antoon en la casa.

—¿Y dónde crees que hubiera sido correcto?

El silencio habló.

No esperaba esa simple pregunta. Surgió precisamente porque se equivocó de argumento.

—No tienes que contestar, Iraíla —intervino Abigaíl—. La humanidad no es la misma de otras épocas. Por más que Antoon haya sido educado en un ambiente religioso, no significa que esta sea su vocación, y menos, que se comporte como un joven anormal. También tiene influencias del medio. No existe culpa para quien se comporta dentro de los preceptos emocionales que rigen el cuerpo con la edad. A menos que lo haga de forma irresponsable desafiando las normas, cualesquiera que sean —Sorbió un poco de café.

»No voy a negar que estuviera preocupada, pero más por su salud. Lo que ha vivido no es para echar al olvido. Sin embargo, y me apena decirlo, me siento tranquila si sé que está contigo. Eres su medicina espiritual. De eso no hay duda ni es un tema para cuestionar. Pero no puedo competir con su mundo de mocedad y sus cosas. Cuánto diera por no perder ese voto de confianza que por años he construido en él. Habría sido desconsolador no haberlo encontrado en casa.

De nuevo sorbió café y fabricó una leve sonrisa.

—Tal vez —aclaró Abigaíl—, la disculpa sea, por no haber contestado el teléfono, pero supongo, que tenía la boca y las manos ocupadas.

Iraíla enrojeció con el comentario, y de inmediato su mirada se clavó en el piso, que corrió el riesgo de que las dos galaxias celestes que tenía por ojos, perdieran la órbita.

—Ahora soy yo quien debe disculparse. No era mi intención reprochar tu conducta juvenil, cuando tienes el valor de dar la cara... Creo que al semblante de Antoon tendré que darle un tiempo más.

Las dos sonrieron.

Con su actuación, aparte de sentirse madre, porque se notó en su razonamiento, reflejó ser una mujer sensata y comprensible. La confianza para con ella, que era apenas una certidumbre de cartílagos en el cerebro de Iraíla, por más conversaciones informales o formales que se hayan dado en el hospital, adquirió esqueleto y se tornó firme como el más intrépido y disciplinado soldado.

—Sin que sea una confesión, puedes respirar tranquila que el secreto está guardado bajo llave —concluyó.

Fue suficiente para creerle. Lo había hecho de todos modos. Ella le abrió su corazón cuando era una perfecta desconocida, y le indicó el camino que debía seguir hacia su sobrino. Lo hizo con cada palabra de cada historia que le comento de él.

Sus miradas espirituales dialogaron mientras terminaron el último sorbo de café.

El ocaso de un milagroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora