Epílogo

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Unos meses después, víspera de Navidad

El cementerio era un lugar tranquilo que siempre le traía paz a Ray. Cada mes desde la muerte de Ariza, le había traído flores a su tumba. Él necesitó ser internado en una clínica debido al fuerte estrés que sufrió por su muerte. Su compañero, siempre estuvo a su lado apoyándolo, soportando su mal humor y sobre todo, nunca dejándolo solo.

Ahora ya recuperado por completo, había salido de su última sesión con la psiquiatra que lo trató y ahora ya tenía el alta y estaba listo para volver a trabajar. Algo que había estado deseando hacer desde hacía un poco más de un mes.

—Aquí estas —escuchó a su compañero decirle con voz tranquila.

Él estaba a unos cuantos pasos más atrás de donde estaba.

—Sabes que no puedo dejar de venir, fue mi culpa que ella muriera.

—No, no fue tu culpa. Entiende, no fue tu culpa y si tengo que repetirlo por el resto de la eternidad, lo haré —respondió su compañero como usualmente lo hacía y con la misma firmeza de siempre.

Ray sonrió a medias.

Respiró hondo, e intentó no sentirse como una mierda por no haber podido estar ahí cuando ella más lo necesitó, él debió protegerla. Ray había abandonado a Ariza y por eso había muerto.

—Hoy regreso a la estación —añadió cuando su compañero empezaba a protestar—, y no me detendré para atrapar a ese hijo de puta que la mató. Te advierto que cuando lo tenga, lo mataré con mis mismas manos.

—Lo sé Ray, será lo justo, pero tengo que decirte que no podrás matarlo, no de la forma que deseas —habló su compañero con voz firme—. Sabes que cuentas conmigo para encontrar a ese demonio. Yo te ayudaré a localizarlo y te diré cómo deshacerte de él para que nunca más vuelva a lastimar a nadie más.

— ¿Cómo que no puedo matarlo? —Ray volteó a mirar a su compañero que lo miraba fijamente, con esos ojos azules que nunca dejaban de aparecer en sus sueños a pesar de estar pensando en otra persona.

—Te lo explicaré mejor en su momento, primero tienes que incorporarte a tu rutina diaria en la policía y te prometo que te lo diré todo sobre ese que mató a Ariza.

— ¿Me lo prometes? —preguntó Ray ya que sabía que no le sacaría nada hasta que llegara el debido momento, él lo conocía demasiado bien como para gastar tiempo, saliva y su recuperada mente en preguntarle nada más.

—Lo prometo.

Ambos quedaron en silencio y cuando este se rompió, la voz de Ray sonaba frustrada.

—Sabes que todavía escucho su voz en mi cabeza cuando dijo: "¡Maldito tú que vienes con un guerrero celestial! No entiendo por qué me habló como si yo hubiera estado con alguien en el momento que llegué al apartamento de Ariza. Tú llegaste antes que nadie, pero yo estaba solo allí.

—Lo dijo porque no estuviste solo realmente, Ray Formant.

Ray se estremeció cuando su compañero usó ese extraño tono de voz, siempre que lo hacía, era como si fuera alguien distinto y a la vez el de siempre.

— ¿Cómo puedes saber eso, Dariel? —Preguntó Ray— ¿Cómo puedes estar tan...

Raí no pudo seguir porque no podía creer lo que veían sus ojos y necesitó dar dos pasos atrás cuando su compañero desde que había llegado a la estación de policía para trabajar hacía ya varios años, sacó de sus espaldas unas hermosas alas tan grandes y hermosas que parecía que emitían luz propia, no cegadora, todo lo contrario, era cálida al punto de hacerlo querer llorar.

— ¿Cómo es posible? —Sollozó y cayó de rodillas, no por querer adorarlo como ser celestial, sino porque comprendió que su compañero era un ángel, un ángel de verdad.

—Siempre estuve a tu lado y siempre lo estaré, porque protegerte es mi destino.

—¿Protegerme? —Ray tenía miedo de alzar la mirada— ¿Por qué no protegiste a Ariza? Ella sí lo necesitaba, no yo.

—No, el destino de ella era otro que se cumplió para que el tuyo pueda hacerse realidad. Porque el tuyo era mucho más importante que el de ella.

— ¡Pero que mierda me estás diciendo, Dariel! Mi vida no puede ser más valiosa que la de nadie... cómo... —la voz de Ray era gruesa por la contradicción de sentimientos que tenía dentro.

—Ray, mírame —pidió Dariel y él obedeció—. Toda vida tiene un valor invaluable, pero hay unas que simplemente tienen un destino trazado. Y tu destino es enviar a Damon al infierno y sellar su salida para que él no pueda regresar nunca más —le aseguró el ángel con voz firme.

—Entonces, ese monstruo era un demonio... —susurró Ray mirando a lo lejos la ciudad.

Tomó consciencia que al día siguiente sería Navidad y eso lo tomó por sorpresa porque no había notado la época en la que estaba, cuando se suponía que ya estaba bien y que por eso había sido dado de alta. Ahí comprendió que él había estado en una bruma, una bruma que lo mantuvo ciego a todo lo que le rodeaba y que si bien al día siguiente sería Navidad, para él sería un día más de trabajo. No porque no creyera en la fecha, sino porque había pasado por demasiado como para darse el respiro de pensar en regalos y cenas Navideñas.

—Un demonio que he estado evitando que encuentres hasta que estés preparado y estoy seguro que ya lo estás —habló Dariel sacándolo de sus meditaciones.

—Entonces me ayudarás a hacer justicia, Dariel.

—Lo haré.

Ray, se incorporó y tomó la mano del ángel que lo ayudaría a hacer justicia y la estrechó en un pacto silencioso. Aunque tenía muchas preguntas y un tanto de recriminaciones, sabía que no era el momento adecuado. Lo importante era que ahora estaba seguro de que encontraría y enviaría al infierno a ese hijo de puta que había matado a Ariza.

Esto no termina aquí.


Poseerte, mi destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora