Epílogo

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Dos meses más tarde...

Orazio estaba con la hora exacta para llegar a la reunión que tenía en la nueva oficina del edificio donde Vincent y Dominic trabajaban, por eso bajaba rápido las escaleras, no quería detenerse a esperar el elevador. Una vez en la recepción del edificio dónde vivía, se detuvo un momento para esperar a Vincent mientras revisaba su maleta y comprobaba que todo estuvieran con él.

Después de verificar su maleta, metió la mano a su bolsillo para sacar su celular y llamar a Vincent y ver porqué demoraba tanto, cuando un sonido extraño llamó su atención haciendo que se quedara quieto en el lugar; miró buscando al conserje, pero no estaba por ningún lado y eso era extraño. Pensando que había imaginado aquel ruido iba a marcar a su pareja cuando nuevamente volvió a escucharlo y con el ceño fruncido intentó ubicar la causa.

Siguió el sonido hasta la puerta principal.

Algo no estaba bien y eso lo sobresaltó.

— ¡Señor Carter! ¡Señor Carter! —llamó al conserje, pero nadie salía ni de la puerta que conducía a dónde vivía el hombre ni de la habitación de máquinas.

Preocupado al escuchar ahora como un gorgoteo, se asomó a la puerta principal la cual estaba cerrada, al abrirla despacio ese sonido era mucho más claro reconociendo de inmediato que era. Una sensación helada le recorrió el cuerpo y no por el frío que hacía en la calle, sino porque aquel sonido era el llanto débil de un bebé.

Vio con horror que a sus pies, había una caja rota de cartón y dentro de ella, una manta delgada cubría precariamente un cuerpecito que se estremecía con el viento que hacía. Con manos temblorosas guardó su celular y alzó a la criatura presionándola a su cuerpo, con el pie empujó la caja dentro del recibidor y cerró la puerta tras él.

Comenzó a mecerlo intentando calmarlo o tal vez calmarse él, lo miró por un momento y pudo ver que tenía unos hermosos ojos color café, cabello castaño claro, su tez era blanca y traía un enterizo grueso con capucha, pero que no era suficiente grueso para abrigarlo.

Maldijo sin remordimientos.

No podía creer que alguien tuviera alma y corazón para abandonar a un ser tan indefenso. Estaban entrando al invierno y si bien no había comenzado el frio intenso, era lo suficiente como para que un adulto, no abrigado adecuadamente, pudiera contraer neumonía; no quería pensar lo que le sucedería a una criatura con pocos meses de edad.

— ¡Orazio! ¿Ibas a irte sin...? —Vincent no terminó de decir lo que decía, su expresión cambió a una de total asombro.

En ese momento, Orazio, había volteado, su maleta colgaba al filo de su hombro y en sus brazos traía al bebé.

— ¿De quién es ese bebé? —Vincent claramente no podía quitarle la vista.

—Alguna persona sin conciencia lo dejó en la puerta —respondió con amargura en su tono de voz.

Orazio hizo que Vincent examinara la caja en busca de alguna pista; sin embargo, no había ninguna nota ni indicios de saber quién era ese bebé. Asustados por la frialdad de su piel, sus labios resecos y pálida tez del pequeño, lo subieron a su apartamento. Una rápida llamada de Vincent a su médico particular los tranquilizó un poco al saber que estaba en camino para examinarlo.

Ambos llevaron al niño a la sala, subieron unos pocos grados más la calefacción y en brazos de Orazio lo abrigaron con una manta gruesa. El niño se calmó un poco y Vincent llamar a Dominic para contarle lo sucedido. Al terminar, fue en busca del conserje y a su vez avisarle a la policía del hallazgo. Orazio no quería desprenderse del bebé y tenía miedo por la salud de la criatura, por eso elevó una plegaría y esperó a que Vincent regresara.

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