13. La joya de una diosa

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La lana mojada era muy pesada, ya sabía eso

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La lana mojada era muy pesada, ya sabía eso. Lo que todavía no sabía era cómo manejar el textil sin parecer una torpe chica con manos delicadas. A su alrededor las mujeres fregaban contra ladrillos, losas y tablas de madera con sus fuertes y callosas manos, intimidándola con la forma resuelta en la que hacían la labor. Era algo común para ellas, tan sencillo como respirar.

«Entonces que así sea», se dijo Calipso, agarrando la lana con furia y refregándola contra una losa.

Sintió la mirada de su vecina lavandera y frenó su ritmo para observarla de reojo. La mujer no era mucho mayor que ella; era delgada pero tenía brazos fuertes.

—Así vas a romperla —dijo ella y Calipso se mordió el labio inferior, muerta de vergüenza.

—Claro —contestó, y volvió a fregar más despacio.

Sacó la manta de la fuente y la escurrió con dificultad. La mujer a su lado volvía a mirarla con extrañeza.

—Tienes que retorcerla —indicó, como si no pudiera creer su falta de ingenio.

Calipso bajó la cabeza y musitó un suave: "Gracias". Hizo lo que la mujer le indicó con todas sus fuerzas, pero la lana seguía escurriendo agua como si todavía estuviera completamente empapada. Torció, retorció y apretó varias veces, hasta que las manos le escocieron y terminaron rojas.

—Ahora hazlo para el otro lado —volvió a decir la mujer, con las cejas arqueadas.

Acatando su orden, volvió a retorcer, pero se notaba que aún no empleaba la fuerza necesaria. La lana estaba todavía con agua en sus fibras. Entonces, cansada, apartó la manta y buscó otra, una de las que pertenecía a Odín para adelantar un poco el trabajo.

Luego de seguir mirándola con atención y extrañeza, la mujer se levantó y se marchó. Lo mismo sucedió con otras cuantas mujeres, que dejaron sus sitios para ser reemplazadas por otras tantas. Calipso fue la única que se quedó allí el tiempo suficiente como para retorcer y torcer miles de veces sus tres prendas.

Suspiró, echando un vistazo a su alrededor. Una señora de mediana edad la estaba mirando, por lo que apartó sus ojos de ella.

«No debes parecer ignorante», se dijo. El día anterior, le habían robado por mostrarse nerviosa y asustada y aunque no tuviese nada que perder ahora, no sabía qué era lo que la gente podía dilucidar de sus actitudes.

Se levantó con dignidad de la fuente, juntando sus tres prendas, y con la cabeza en alto se dio la vuelta y marchó por la calle, colándose entre los huecos libres de personas. Cuando dio varios pasos lejos de allí, comprendió que ahora le tocaba regresar sana y salva y tragó saliva, aterrada nuevamente.

No era difícil. El bar, la calle a la derecha y luego la otra callejuela...

Caminó, apretando las telas mojadas con las manos y tratando de no ir demasiado rápido. Pasó el bar y dobló en la primera calle y por mirar ansiosamente a su alrededor casi se pasa de la siguiente.

Destinos de Agharta 1, CalipsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora