Capítulo 22

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—Lamento que hayas tenido que presenciar todo eso, Almaraz —la voz de Gael llena mis oídos y mi corazón se estruja por completo al escuchar el tono derrotado que emana.

—No se preocupe —Almaraz responde, en tono afable y neutral—. Sé perfectamente cómo es su padre.

Gael dice algo, pero, debido al lugar en el que me encuentro, y a la manera en la que pronuncia las palabras —como si estuviese diciéndolas entre dientes—, no le entiendo del todo.

—Ya se lo dije —Almaraz habla, en un tono más claro que el de Gael—: No hay ningún problema. No tiene nada de qué preocuparse.

Un suspiro largo y cansado llega a mis oídos.

—Respecto a lo de ayer por anoche... —Gael empieza, pero es interrumpido por Almaraz.

—Tampoco se preocupe por eso. Su padre, por mí, no se va a enterar acerca de lo que pasó.

—Gracias —el magnate suena aliviado y eso envía una punzada dolorosa a mi pecho.

«Va a ocultarte. Así quiera estar contigo, el poder que tiene su padre sobre él es demasiado grande. Lo suficientemente grande como para negarte ante todo el mundo...» Dice la vocecilla insidiosa de mi cabeza, y sé que tiene razón. Sé que aunque no quiera aceptarlo, Gael ahora mismo no puede —quiere— deslindarse del yugo que su padre tiene sobre él.


—¿Señor Avallone? —Almaraz me trae de vuelta a la realidad y parpadeo un par de veces, al tiempo que doy un paso más cerca del borde del primer escalón para escuchar un poco mejor.

—¿Sí?

—No quiero ser entrometido, ni mucho menos, pero... —el hombre se detiene unos segundos, dudoso —creo yo— de la oración que está a punto de formular, pero, pasados unos instantes, la concreta—: ¿Qué ha pasado con la chica? ¿Se marchó a casa? ¿Dejó que se fuera en un auto de alquiler? Debió llamarme para que la llevara de ser así. La muchachita estaba muy alcoholizada y...

—Tranquilo —Gael lo interrumpe—. Tamara... —se detiene para corregirse—: La chica está dormida allá arriba, en mi habitación —hace una pausa aún más larga que la otra y, entonces, añade—: Pero, vale, quita esa cara que no me he aprovechado de ella. Soy un hijo de puta, pero no un gilipollas.

En ese momento, una risotada aliviada escapa de la garganta de Almaraz y, muy a pesar de los sentimientos encontrados que me invaden, esbozo una sonrisa. Muy a pesar de la angustia que me ha dejado la conversación que Gael ha tenido con su padre, la idea de haber pasado la noche en su habitación, me dibuja un gesto dulce en el rostro.

—Yo no dije nada —Almaraz se excusa, pero no ha dejado de reír.

—No ha sido necesario. Tu cara lo ha dicho todo —Gael bromea y mi sonrisa se ensancha, eclipsando un poco la incertidumbre que me escuece las entrañas.

Esta vez, la única respuesta proveniente de Almaraz, es una carcajada limpia y sonora.

—¿Está listo para marcharnos, señor Avallone? —dice el hombre, una vez superado el ataque de risa.

—En realidad, tengo otros planes para ti, Almaraz —Gael responde.

—Ya se me hacía raro que le hubiese pedido a su padre que me liberase de mis obligaciones con él —Almaraz bufa.

—¿Estás diciendo que prefieres pasar el día a su alrededor a pasarlo conmigo? —el magnate suelta, con fingida indignación.

—Por supuesto que no —el hombre responde—. No he dicho eso, es solo que me pareció bastante extraño que requiriera de mis servicios. Sé que detesta la idea de tener chofer o gente de seguridad detrás de usted todo el tiempo —hace una pequeña pausa—. En fin... Dígame, ¿en qué puedo servirle? ¿Qué es lo que necesita de mí, señor Avallone?

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora