Tercera Parte

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—¿No cree que es demasiado... joven como para encargarse de este tipo de negociaciones?

El hombre de traje gris se movió de su sillón, me miraba aún con escepticismo mientras los vidrios eran atravesados por la luz de la mañana, la larga mesa rectangular que nos separaba hacía de ese  un gesto excesivamente arrogante. Él no era el primero en dudar de mí y más aún de la decisión de Dante. Quién lo diría, el mundo del crimen es también una cueva misógina y soberbia.

Sonreí levemente, el hombre imitó mi acción con un toque de coquetería. Suspiré. El negocio estaba casi cerrado, sin embargo esa maldita arrogancia entorpecía cualquier tipo de plan.

—Eso no pensó ayer cuando le propuse el negocio —argumenté lo más formal posible.

El hombre sonrió y miró los oficios sobre la mesa.

—Eso fue antes de saber que usted era socia de Dante.

—En realidad no lo soy, señor Kirchner, sólo hago mi trabajo. Es todo.

El negocio estaba casi listo, al hombre frente a mí le había agradado tanto que había comentado su posible decisión días antes, con Dante, obviamente. Sin embargo, a última hora, Dante eligió enviarme para cerrar dicho trato sin tener en cuenta que aquel empresario era un total hijo de puta.

—Entonces... —intenté no sonar insistente.

—Quizá deba pensarlo un poco más, no quisiera cometer algún importuno al firmar mediante terceros.

Sonreí y saqué el móvil colocándolo sobre la mesa.

—Esto se puede arreglar con una llamada. Dante puede aclararle cualquier duda.

—No es eso señorita...

—...Amber...

—...Amber, correcto. Sólo esperaré a hablar con Dante personalmente.

—No lo hará señor Kirchner. Él estará fuera de la ciudad y dudo mucho que vuelva pronto. Si a usted le urge el negocio, como bien se había mencionado en la primera cita, creo que lo conveniente es firmar ahora.

—Señorita, esperaré lo necesario para cerrar el trato con él.

El hombre cerró la carpeta y de inmediato me puse de pie.

—De acuerdo —apilé entre mis manos los papeles y sonreí—, sólo le recuerdo que bien es sabido que la subjetividad no es apropiada para los negocios, señor Kirchner. No confíe mucho en las segundas oportunidades.

El hombre me miró y se puso de pie, yo guardé los papeles en el maletín de piel.

—¿Qué le asegura que no habrá una segunda oportunidad?

—Exactamente lo mismo que me asegura que usted jamás le firmará a una mujer.

Me acerqué a tomar las carpetas cuando de inmediato el hombre agregó:

—¿Sabe?, comienzo a entender por qué su jefe le ha dejado a cargo de asuntos tan delicados como estos —sostuvo entre sus manos las carpetas—. Usted actúa justo como Dante lo haría.

—¿Eso es un halago? —dije sarcástico, era obvio que para mí no lo era.

—Tómelo como quiera, señorita.

Acto seguido tomó el bolígrafo y firmó ambos papeles, cerró la carpeta y me la entregó.

—Dígale que quiero la primera entrega en una semana.

—La tendrá.

—De acuerdo. Espero verla pronto.

Sonreí con autosuficiencia y deslicé el dorso de mi mano sobre su brazo.

Love Was Born In HellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora