III. Laberinto (Enero, 1982)

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Corrió con toda la fuerza que sus pulmones le permitieron. Afortunadamente, cuando saltó por la ventana, cayó en un sector de arbustos, los cuales amortiguaron en gran medida el golpe que hubiese acabado por partirle el cráneo, sin duda. Ya había dejado bastante atrás el escenario de aquella escena tan aterradora vivida, y poco a poco fue observando en qué lugar se encontraba ahora; un profundo bosque, guarecido por las duras cortezas que sólo los pinos poseen. No tenía alimento, no tenía abrigo, salvo la ropa ensangrentada que logró rescatar antes de su escape, pero eso le importaba en lo más mínimo, estaba libre de las manos de aquellos psicópatas depravados, aunque el destino aún le tenía sorpresas guardadas.

                      El muchacho decidió seguir caminando, por alguna razón tenía en su mente que la seguridad aún no estaba de su lado  así que concluyó que lo mejor sería no arriesgarse y caminar, sin rumbo, pero caminar al fin. Tras aproximadamente un cuarto de hora del trayecto, se percató que todavía llevaba las sábanas puestas; estaban asquerosas, además la noche comenzaba a llegar, lo que significaba que la temperatura bajaría, por lo tanto el frío sería fatal. Sumado a esto, viajar de noche era realmente irresponsable, así que era su deber hallar un lugar donde acampar.

                       Encontró un sitio cerca de un arroyo, allí se lavó el cuerpo y cambió las apestosas sábanas por su ropa, que si bien estaban cubiertas de sangre, le sentaban mejor y, aparte eran más cómodas. Como el atardecer ya se estaba alejando, supo que tendría que dormir en ese lugar aquella noche. Pensó en hacer una fogata pero eso hubiese acaparado la atención inmediata de animales ofensivos, y peor aún, su captura. Razón por la cual se limitó a resistir el frío y tratar de abrigarse con las pocas ropas que llevaba. Mirando como los rayos de la luna jugaban con las ondas que el agua dibujaba graciosamente, intentaba buscar respuestas a sus interrogantes dentro de su compleja mente. Lamentablemente no tenía éxito, puesto que, no recordaba absolutamente nada salvo los recientes acontecimientos. 

                       -¿Qué está pasando?-  se preguntó a sí mismo. Frotó sus manos con la tela del pantalón para poder darse calor y sintió algo similar a una piedra en su bolsillo derecho. Metió la mano hasta el fondo y palpó una textura lisa. Inmediatamente la extrajo para analizarla; era una pequeña billetera, de un color poco distinguible en la oscuridad. La abrió para registrar el interior: había un montón de papeles que no se detuvo a leer, más unas cuantas monedas que dejó a un lado, pero nada que pudiese ayudarlo a entender el por qué estaba en ese sitio. Ante la frustración, se puso de pie furioso y justo cuando se disponía a lanzar la billetera al arroyo, algo resbaló de ésta y cayó a los pies del muchacho. Con cierta inseguridad se inclinó para recoger el objeto; era rectangular y de un material resistente, aparentemente plástico, cubierto con diminutas manchas rojas en ciertos espacios. Los ojos del muchacho trataban de adivinar lo que tenía entre sus manos pero la oscuridad lo impedía. Con la mirada buscó una zona lo suficientemente iluminada por la luna que le permitiera ver lo que sostenía y,  al parecer la suerte estaba de su lado ya que a unos ocho o nueve pasos más desde su posición actual, la luna iluminaba con toda majestuosidad. Dando zancadas se precipitó hasta aquel sitio. Volvió a apreciar lo que tenía en sus manos; la tarjeta tenía una fotografía, y unos datos escritos.

                        -Ben…-Leyó en voz alta- Benjamín Rodríguez.-Llevó su mirada a una esquina de la tarjeta de identificación donde se encontró con la foto de un muchacho de rostro delgado y pelo corto. No podía visualizar más.-Benjamín… ¿Qué hago aquí?-Se llevó las manos al rostro y dejó caer el peso de su cuerpo. Sentado comenzó a forzar su mente para recordar algo, pero en lugar de eso fue cayendo lentamente en un sueño profundo…  

                        “Corría por un extenso callejón. No tenía la menor idea hacia dónde lo llevaría aquel camino, simplemente sabía que debía continuar corriendo. Parecía un túnel infinito. Era increíblemente escalofriante. Tenía agua a sus pies. Sentía gritos lejanos, y pasos acelerados que por alguna razón lo obligaban a correr. El lugar era oscuro, muy oscuro, sin embargo, no era un impedimento para él, estaba empeñado con la idea de salir de aquel lugar.

                        Tras unos minutos a sus oídos llegó el sonido de un claxon, o varios de ellos. Pronto el callejón había abandonado aquel silencio y oscuridad inquietante, dando paso a una gran avenida repleta de luces. Sólo en ese momento, Benjamín aminoró el paso y empezó a desplazarse por la calle con paso decidido. Las personas que por el sector caminaban lo miraban con terror, pero él no se detenía seguía caminando sin rumbo aparente. Decidió detenerse en la parada de autobuses, sin comprender aún el motivo de ser objeto de miradas. El sufrimiento no duró mucho para él, el autobús arribó unos minutos después. Al subir, extrajo de su bolsillo una billetera de color azul, revolvió unas cuantas cosas en ella antes de sacar su identificación y enseñársela al conductor. En ese momento vio su cara reflejada en el espejo retrovisor del vehículo y comprendió el por qué de tantas miradas; su rostro estaba cubierto con sangre, al igual que su camiseta. Nervioso, se dio la media vuelta y bajó con prisa del autobús. Nuevamente empezó a correr desesperado por la avenida, evitando a todas las personas que intentaban detenerlo al ver su estado.

                         Llegó hasta un terreno baldío rodeado de maleza. No sentía miedo, es más, parecía saber claramente dónde estaba. Caminó unos cuantos pasos hasta llegar a una cabaña de la cual sólo una pequeña luz centellaba al interior. Llamó un par de veces a la puerta, pero no hubo respuesta. Se acercó a una de las ventanas, y con sus propias manos propinó un golpe en los vidrios que acabó por breves segundos, con la paz del lugar. Sus manos comenzaron a sangrar. Cruzó la ventana con un poco de dificultad, pasó por entremedio de unas sillas y caminó directo hacia el baño. Ahí lavó sus manos aunque no con mucho éxito debido a la profundidad del corte que tenía en sus palmas. De pronto, un llanto llegó a sus oídos, algo que acabó con su paciencia en el acto. Cruzó unas habitaciones hasta llegar a la que se encontraba iluminada. En el cuarto había unas cuantas revistas esparcidas, un armario en pésimo estado y una mesa en la que se hallaba un cuchillo. Tomó el cuchillo y se acercó con detenimiento al armario; los quejidos provenían desde el interior. Con una gran brutalidad abrió la puerta de éste, en el interior se encontraba una niña, muy pequeña, quizás no más de cinco años de edad. Su mirada suplicaba paz, y su llanto piedad. Sin ningún remordimiento, Benjamín tomó a la pequeña niña, y después de unos cuantos gritos, acabó propinándole una apuñalada a la chica quien era nada menos que su propia hermana.

                         Con espanto, dejó caer el cuchillo, corrió hasta la misma ventana por la cual había entrado, saltó y se echó a correr a todo pulmón, sin pensar que el terreno podía ser peligroso con tanta oscuridad. No bastó mucho para que se topara con un barranco, y como no alcanzó a reaccionar, cayó.” 

Crónicas de un AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora