Capítulo 2: El Despertar del Dragón Helado

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—¡Dame un poco piltrafas!— La chicarrona se sentó junto a él mientras cruzaba sus pies sonoramente, llevaba unas pesadas botas con pinchos para andar sobre la superficie del hielo. Bernoz cortó un pedazo del bocadillo y se lo tendió a la chica a regañadientes.

—¡Qué morro que tienes!— dijo Bernoz indignado. A pesar de que su presencia le resultaba pesada, bien era cierto que había pasado gran parte de su infancia junto a ella y tenían suficiente confianza como para insultarse si era necesario.

El sonido de un bloque de hielo grueso rompiéndose interrumpió a los comensales. Una gran cantidad de agua verdosa salía a presión despedida hacia el exterior, el repugnante olor casi se masticaba. Elianne se levantó junto con Bernoz, éste último del susto se le cayó el bocadillo al suelo.

De entre los restos de hielo emergió del agua helada un enorme pez de color azul oscuro. Era garganturesco, podía tener la envergadura de cuatro hombres fornidos. Su forma era redondeada y no se parecía a nada que aquellos jóvenes hubieran visto nunca.

—¿¡Qué cojones!?— Elianne preparó su arpón mirando fijamente a la criatura.

Los brazos de la cazadora eran anchos y musculosos, parecían los de un hombretón. Bernoz se quedó tras de ella viendo el comportamiento del animal. Parecía como enviado desde una de sus peores pesadillas, de los cuentos y leyendas que las viejas contaban a los niños para que no se fueran a la cama tarde.

***

El gran pez se percató enseguida de la presencia de la chica gracias a su potente voz de enana minera. A gran velocidad movió sus monstruosas aletas dorsales  hacia ellos. Sus ojos eran negros, enormes y carentes de emoción alguna. El monstruoso pez movía sus dos larguísimos bigotes al ritmo de sus branquias que producían movimientos repetitivos de apertura y cierre.

—¡Viene hacía aquí!— Bernoz comenzó a correr en dirección opuesta cuando una enorme lengua escamosa le atrapó un pie.

—¡Maldita sea!—Elianne tomó su arpón y tensando sus músculos lo lanzó con todas sus fuerzas contra la criatura que estaba a menos de medio metro de los jóvenes. El animal abrió la colosal boca e ignorando el arpón clavado en su cuerpo se disponía a  arrastrar al chico hasta sus fauces. Sus labios eran blancuzcos, demasiado similares a los humanos lo que le profería un matiz aún más desagradable.

—¡Noooooooo!— la chica rugió impotente mientras Bernoz colgaba en el aire boca abajo agarrado por la viscosa lengua del pez. El monstruo había aumentando considerablemente su verdosa salivación la cual estaba bañando al pobre chico.

De entre los bolsillos del muchacho cayó una brillante gema al lago helado, las azuladas aguas se habían tornado verdes por los extraños efluvios que se estaban despidiendo. Una gran onda se propagó contagiosamente por la superficie, instantes después el agua comenzó a arremolinarse y a burbujear emitiendo un vapor cálido, el nivel del lago bajo perceptiblemente dando evidencia del volumen que se disponía a emerger del mismo.

—¡Santa pechera!— dijo Elianne abriendo aún más los ojos.

Primero dejó ver una testa cornuda rodeada de escamas blancas de frío hielo. Sus ojos permanecían cerrados, el reptil se encontraba  sumido en un sueño del que pronto despertaría. El cuerpo de grandiosas dimensiones estaba envuelto en dos potentes alas parecidas a las de un murciélago que se encontraban igualmente congeladas. El ser ascendía como elevado desde lo más profundo de las gélidas aguas. Una vez el dragón descubrió todo su cuerpo, el pez se quedó observándolo con el chiquillo colgando de su lengua. Un sonido estridente quebró la superficie de hielo blanco que cubría al maravilloso reptil que tenían frente a ellos. Como surgiendo de un cascarón roto, el verdadero dragón se dejó ver enseñando sus dorados ojos. El sol se reflejaba en sus preciosas escamas azules que parecían lustrosos zafiros. Abrió sus potentes alas esparciendo brillantes esquirlas de hielo en todas direcciones.

El solemne reptil batió sus alas y se situó frente al pez que estaba petrificado de miedo. Elianne observaba la situación impotente,  no creía que lo que estaba viendo estuviera ocurriendo de verdad. Un simple zarpazo de sus potentes garras destrozó lengua, labios y cabeza del pez desfigurándolo, se había convertido en una masa verdosa que flotaba entre espasmos. El chico, destrozada la lengua cayó al frió lago.

Bernoz nadaba entre tiritonas tratando de llegar a la orilla, Elianne que se aproximaba hacia él podía ver como los labios del muchacho se tornaban morados por el frío.El azul reptil sobrevoló levemente el  área del lago y con los afilados dientes asió al muchacho por sus vestiduras cargándolo sobre su lomo. El muchacho estaba aterrorizado, apenas tenía fuerzas para agarrarse a los pequeños cuernecillos que presentaba el dragón en el lomo, no podría mantener el equilibrio de no ser por una extraña fuerza cálida que lo mantenía a horcajadas del animal.

 Tras un corto paseo aéreo, Bernoz llegó a tierra junto a su amiga que se encontraba en la orilla. Elianne lo ayudó a bajar del reptil y le tendió su capa de pieles para calentarlo. El dragón permaneció a la espera de que el chico se encontrara preparado para emprender la huida.

—¡Vámonos de aquí Bernoz! —El chico no podía moverse tan rápido como su compañera pero emprendieron la huida del lago antes de que cualquiera de aquellas criaturas decidiera darles caza.

El dragón volvió hasta donde se encontraba su enemigo a gran velocidad. Subió alto y volvió a bajar quedándose suspendido en el aire. Abrió sus fauces y un aliento helado recubrió la superficie del lago sepultando lo que quedaba del pez y devolviendo al lago Fammdrüsken su aspecto primigenio.

—Es un...Un...—tartamudeaba  Bernoz mientras continuaba su carrera con la respiración entrecortada, mirando a sus espaldas de vez en cuando, aún sin creer lo que acababa de ocurrirles.

—¡Un dragón, sí!—dijo Elianne cogiéndolo de la mano y casi arrastrándolo—. Un enorme dragón azul que podría merendarnos si quisiera— dijo ella tratando de devolver al mundo real a su amigo.

—Elianne, ese dragón me ha salvado la vida

Haciendo caso omiso de las palabras del casi congelado chico, Elianne continuó tirando fuertemente de Bernoz hasta que llegaron a salvo a Hendelborg.

***

Bernoz caminó junto a Elianne hasta las granjas de techados de paja donde vivía junto con su familia. La calidez había vuelto a su rostro, se despidió de la chica en el umbral de la puerta.

—Gracias Elianne—  dijo mientras le devolvía su capa de pieles.

 —No es nada, cuídate.— La chica le sonrió dejando ver sus blancos y alineados dientes, acto seguido suspiró recordando los acontecimientos que acababan de tener lugar hace escasos minutos.

Bernoz cerró la puerta tras de sí y entró en su habitación, decidió cambiar sus ropas mojadas por limpias y más cómodas. Cuando fue a quitarse el pantalón, el peso en uno de los bolsillos hizo que su corazón comenzara a latir vertiginosamente ¡No podía ser!

Allí con su azul brillo resplandeciente se encontraba facetada e intacta, de nuevo entre sus manos, la gema misteriosa.

Cuentos de Delonna IWhere stories live. Discover now