Cierro los ojos. Respiro profundo. "Uno...dos...tres." Cuento antes de abrir los ojos. Ahí está ella, con su cabello rubio enredado en un moño.
- ¿Preparado?- me pregunta sonriendo.
- ¿Para qué?- le dijo confundido.
- Pues para vivir, tonto.- me dice riendo.
Así era Sophie, nunca me daba una respuesta concreta. Algo de ella era críptico y misterioso, pero a la vez atractivo. Siempre me decía que estaba triste, aunque nunca lloraba. Su sonrisa siempre iluminaba el lugar y hacía que la gente se sintiera más a gusto. "Mentir es un arte" decía. Nunca había entendido ese dicho hasta el día en que la conocí.
- ¿Quién eres?- me dijo mientras se acercaba a mí.
- Ya lo sabes- le respondí sonriendo.
- No, no sé nada de ti.
- Mi nombre es John- le dije-. Hemos sido vecinos desde la infancia.
- John es un nombre... Aburrido. ¿Nunca has considerado cambiarlo?
- ¿Y cuál debería elegir?- le pregunté confundido.
- El nombre que te defina. No el que te impongan.
- ¿Y cómo sé qué me define?
- No lo sé. Puede cambiar.- me respondió sonriendo-. ¿Cómo te llamas hoy?
- Me llamo Andrew- dije después de pensarlo un tiempo-. Y tú eres...
- Sophie.- Me dijo mostrando una sonrisa.
***
Me acerco un poco más a Sophie. Ella sonríe. Esa sonrisa que a todos les parece sincera, pero que yo sé que en el fondo es una mentira. Ella me enseñó a reír así. El truco es hacer que la gente se enfoque en tu boca y no en los ojos. Miro sus ojos. Están apagados, no tienen el menor brillo ni reflejan la alegría de su sonrisa. Ella saca un cigarrillo.
- Nunca dejes que nadie te defina.- me dijo la primera vez que sacó un cigarrillo-. Una vez me llamaron asmática, se supone que no debo fumar, que si lo hago muero. Pero si no lo hago también, todos moriremos.
- Pero deberíamos de tratar de preservar nuestras vidas.- le dije.
- ¿Para qué?- me pregunta-. Nacer para morir. Eso es todo. No existe un propósito mayor.
- ¿Y qué hay de la felicidad?- le pregunté.
- ¿Conoces a alguien que sea feliz?
***
Miro la luna. La primera luna llena del año. Ésta ilumina el rostro de Sophie, lo hace ver más delicado. Ella suelta su humo, lo había mantenido tanto tiempo dentro de su cuerpo que hasta había olvidado que fumaba. El olor a tabaco penetra mis sentidos. Nunca fumé, por más que me lo ofreciera.
- El problema- me dijo una noche en la que observábamos las estrellas-. Es que te dejas llevar por el temor. Nunca haces algo que se suponga un riesgo, no te atreves a sentir.
- ¿Tú no sientes miedo?- le pregunté.
- Por supuesto. Todos los días lo siento. El miedo invade mi corazón, mi cuerpo y mi mente.
