Capítulo 4: Heridos por la Luz

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  Dos hombres cruzaban a paso rápido los pestilentes pozos de las ciénagas de Azchoria, quebrando la quietud propia del lugar.

—¡Abajo! – dijo uno, tirando del brazo del otro.

Se ocultaron detrás de un tronco caído, entre el lodo, con el agua estancada hasta la cintura.

—Mantén la cabeza baja Ojo, y no hagas ruido.

—A m-m-mí no m-me ma-ma- mangonea nadie Tefir – dijo Ojo hermoso, con su feo rostro embarrado y su ojo virolo mirando a todos lados menos a su interlocutor.

—Mírame al hablarme.

—M-m-muy gra-gra-gracioso, imb- imb-imbécil.

Su compañero le sonrió con sarcasmo y volvió a observar, a través de los helechos que precedían al tronco.

—Son buscadores tarmitanos.

—¿Cha-cha-tarreros?

—Silencio, ahí vienen.

Más adelante, un grupo de individuos avanzaba sondeando los estanques del pantano. Eran hombrecillos enjutos y encorvados, vestidos con harapos. Llevaban el rostro cubierto con máscaras para respirar y toda clase de pertrechos. Uno de ellos, cargaba una gran bolsa repleta de chatarra. A pocos pies detrás, transportado por un mecanismo bípedo de metal, viajaba un Oldobrón guiando al grupo. El oldobrón era un tarmitano de alto rango, y era muy raro ver uno en la superficie. Iba en la cima de la máquina, resguardado por una esfera traslucida que se contraía y expandía como si respirara. En sus ansias de verlo mejor, Tefir asomó su cabeza por sobre el tronco. Era un ser deforme y gordo, con el cráneo inmenso. Reposaba en una suerte de camastro, en el interior de su burbuja, recostado contra varios colchones. Ojo hermoso le tocó el hombro, aterrado, incitándolo mediante señas a ocultarse. De pronto el grupo se detuvo. La sonda había encontrado algo en el estanque más próximo. Uno de los tarmitanos se acercó hasta el agua estancada. Iba equipado con una herramienta de succión, unida mediante un tubo a una mochila en su espalda. Ambos ya habían visto esto antes.

—Bi-bi-biogás – susurró Ojo, y Tefir asintió.

Otro de los tarmitanos lanzó un pequeño aparato al agua. Después de unos segundos, se escuchó un gorgoteo y una gran burbuja se elevó casi hasta la altura de los árboles. El tarmitano que estaba cerca, introdujo de inmediato su aparato succionador, y comenzó a absorber el gas del interior de la burbuja. Al terminar, continuaron su camino. Pasaron a muy pocos pies de donde se ocultaba el par.

Una rana negra y naranja se había posado sobre el pecho de Ojo hermoso, que había quedado boca arriba con la nuca pegada al tronco. Era una especie venenosa al tacto. Tefir aferró el brazo de Ojo con firmeza, para que se quedase quieto. Atentos al chapoteo de los tarmitanos que se alejaban del lugar, ninguno de los dos le quitaba la vista de encima al pequeño pero letal animalito. Cuando no hubo más que el croar de la rana, Ojo comenzó a sacudirse como un pez fuera del agua.

Verum Orbis Terrarum - Los Hijos del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora