XVIII

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Capítulo 18:
La llamada

Abrí los ojos después de fruncir los párpados. Sabía que estaba en la habitación en el castillo de Séltora, pero tenía la sensación de tener que recordar algo que no podía. Entonces miré el reloj de la mesita, marcaba las siete cuarenta y cinco. «¿Por qué diablos me desperté tan temprano?» Ahí caí en cuenta de que Theo me despertaría para ir a la ceremonia de Texa.

Theo.

Mis músculos se contrajeron al recordar lo ocurrido la noche anterior. Escondí mi cabeza entra las sábanas blancas para poder sonreír.

Saqué la cabeza por las sábanas y me giré hacia donde había dormido Theo. Una ola de decepción llegó cuando vi el colchón vacío. Vaya que dormían poco los hummons. Me pregunté cuándo aquello me haría efecto y dejaría de dormir ocho horas.

La puerta de la habitación se abrió después de un suave golpecito de aviso y una tímida Joanne se asomó.

—Princesa, la iba a despertar en cinco minutos, como me pidió su guardián, pero veo que ya no es necesario —expresó con su habitual voz de extrema amabilidad. Empujaba un carrito con comida.

—Gracias, Joanne, no tenías que traerme desayuno.

—Por supuesto que sí. —Se encogió de hombros—. Usted es la princesa Claire, nieta de los reyes de Atanea..., es un honor traerle el desayuno —habló mostrando orgullo en su voz, haciéndome sentir mucho más valiosa de lo que realmente era: una simple chica con una suerte rara.

Creo que nunca había conocido a una persona tan amable como ella. Le sonreí agradecida.

Una hora después, estaba lista para la ceremonia de Texa. Había escogido unos pantalones negros y una blusa manga corta del mismo color, ropa que había encontrado entre las maletas que había empacado mamá. No me importaba si moría de calor, era la ceremonia de Texa, debía vestir adecuadamente, tal como iría a un funeral.

Mientras miraba mi atuendo en el espejo, no pude evitar sentir que la culpa se apoderaba de mis entrañas. Texa había muerto, e iba a llegar a aquella ceremonia y todos sabrían que lo hizo por mí, o por lo que sea que llevaba dentro.

Ante esos pensamientos, mis manos comenzaron a temblar y a sudar en frío. Me sequé una lágrima de frustración que corría por mi mejilla y me recogí el pelo en una coleta baja, agregando un listón color azul oscuro. Entre eso, alguien tocó a la puerta.

—¡Pase! —grité con la culpa atravesada en mi garganta.

—Buen día, princesa. —La voz amistosa de Mike hizo que me girara de inmediato, rompiendo mis pensamientos amargos. No lo esperaba—. Me mandaron a buscarte. Theo está arreglando algunas cosas y nos verá allá. —Detrás de Mike habían al menos cinco guardias, lo que me imaginé que, por supuesto, era obra de Theo, o quizá, pensé un segundo después, obra de Finn.

—Iba a bajar sola de todas formas. —Le sonreí levemente mientras me encaminaba a la puerta.

—No podíamos arriesgarnos a que te perdieras, princesa —contestó elevando una sonrisa amistosa y amable—. Parece que tuviste una buena noche —agregó con sorna. Demasiado alegre tomando en consideración que me venía a buscar para ir a un funeral.

Genial.

Todo parecía señalar que Theo y Mike habían tenido una charla de amiguitos. Se suponía que nadie podía saber, pero era el mejor amigo. Yo también le contaría a Amil si pudiera.

¿Cuánto le habría contado? No lo iba a preguntar.

—Sí, dormí muy bien, gracias —respondí con la mayor indiferencia posible y salí por la puerta antes de que notara mi rubor.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora