SU DESEO, SU PERDICIÓN

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SU DESEO, SU PERDICIÓN

Abrió los ojos y aspiró el aire alrededor; fuego y algo más, no lograba identificar aquel olor, pero de lo que si estaba seguro era el hecho de su pesadilla que había tenido hace unos momentos y el olor a canela que tenía aquel lugar tan insoportable.

¿Los humanos vivían eso a diario? ¿Cómo podían vivir a base de ese infierno nocturno?

¿La Muerte podía soñar? Claro que sí, tenía sueños; deseos y también miedos, de esos muchos. Podía sentir aun su cuerpo temblar bajo la tela que lo arropaba, bajo aquella cómoda cama donde se encontraba acostado. Estaba sudando y su pecho latía con desesperación y se volvía hacer la misma pregunta. ¿La Muerte podía tener miedo? Y la respuesta a todo eso era sí. Con los años se había vuelto alguien débil, sin fuerza y sin voz, había perdido el poder que el creador le había entregado por el simple hecho de haber hecho las cosas mal, de haber querido sentir como los humanos, de haber anhelado algo que no debía tener.

—Lo has comprendido —señaló una voz suave, demasiado para su gusto. Colocó sus manos encima de su pecho imaginándose de quien se trataba, no tuvo que levantarse y verlo porque lo conocía muy bien. Demasiado bien para su gusto—. ¿Puedes sentirlo? Es horrible como aquellas pesadillas quedan atrapadas en tu mente, como tu corazón bombea con fuerza y sudas. ¿Te creías invencible para mí? Recuerda que hasta el mismo Dios tiene miedo.

— ¿Qué haces aquí Lomfroy? —lentamente se sentó y se encontró con los ojos agua del Coco quien lo observaba fijamente con una sonrisa en los labios. Sus ojos realzaban en su piel oscura y su vestimenta, era alguien que había sembrado miedo casi a su par, de eso vivía y desde lo que él hizo, siempre estaba muy cerca—. No te invité a mi reino.

—No necesito invitación, Engilram, no cuando el que tiene miedo es la misma muerte —susurró con diversión. Se puso de pie y colocó sus manos en su espalda, recorriendo la habitación hasta detenerse frente a la ventana, observando lo que sucedía afuera del castillo admirando su obra—. ¿Qué te atormenta amigo mío? ¿Aun vives en el pasado?

—Todos lo hacemos, ¿Tú no recuerdas tu primera víctima? —El Coco apretó los labios y se giró lanzándole una mirada gélida, la muerte soltó una carcajada ronca poniéndose de pie, arregló su traje oscuro y luego pasó sus huesudos dedos por su cabello para mantenerlo en su lugar—. Hasta tú tienes miedo, todos nos debilitamos en el pasado, todos vivimos anclados en aquella época. No trates de manipularme, recuerda quien soy yo, y lo que puedo hacerte.

—No te conviene tenerme de enemigo, Engilram, no juegues tu suerte.

—Yo soy la muerte, créeme cuando digo que debes tener cuidado como me hablas —Lomfroy apretó los labios y con una mirada rápida desapareció de ahí llevándose consigo el detestable olor a vainilla.

Soltó el aire contenido y se volvió a sentar, se sentía ahogado en aquella habitación, preso de lo mismo y terminó llevándose las manos a su cuello. Cerró los ojos echando su cabeza hacia atrás para dejar de sentir aquello en su pecho e incluso Maigo, su cetro, vibró a lo lejos y la muerte lo sintió.

¿Qué sucedía?

Todo había empeorado cuando había terminado rompiendo las reglas, él rompió el equilibrio y el mundo se remeció con fuerza, algunas criaturas escaparon del infierno y otras del mundo de los muertos. Anfio había sido encontrado tirado en el suelo con la espada quebrada, lo que había hecho le había costado tanto, había perdido mucho más de lo que gano y entre ellos su fuerza; el mundo se movía constantemente, buscando su propio equilibrio y debía impedir que terminara quedándose en la oscuridad o desaparecería.

EL EQUILIBRIO DE LA MUERTE (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora