066 | Desperdiciar

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MALCOM

—¿Mi mamá sigue en el baño? —inquiere la cría removiéndose entre las pulcras sábanas del hospital—. Porque tuvo que haber tomado mucha agua como para estar tanto tiempo orinando —apunta antes de tomar otra tarjeta y llevarla a su frente.

Esta vez aparece un telescopio.

—El sistema urinario es complejo de explicar para alguien de tu edad, así que sigamos con esto. —Acerco mi silla un poco más a la camilla y la ayudo a acomodar la tarjeta en el soporte que tiene el círculo de plástico que rodea la circunferencia de su cabeza.

Sé que la señora Murphy no está en el tocador. En realidad, lo más probable es que siga reunida con la policía y su abogado.

—¿Soy un animal? —pregunta echando su delgado cabello color trigo tras su hombro y revelando aquello de lo que no soy capaz de apartar la vista. Un insignificante peso parece caer sobre mi pecho al verla envuelta en esa pequeña bata de hospital, pero parece que se le añaden toneladas cuando soy capaz de vislumbrar las irregularidades de la piel que se ve cosida desde su sien derecha hasta su diminuto mentón. Sé que con el tiempo la herida se convertirá en una cicatriz, y es algo que la niña verá cada vez que decida mirarse en un espejo—. Porque si soy un animal me gustaría ser un oso panda o un camaleón.

—No eres ninguno de esos, desafortunadamente —replico—. Y sé que no puedo dar grandes pistas y debo limitarme a responder tus preguntas, pero creo que puedo ayudarte haciendo algo de trampa. —No hay forma de que lo adivine si no hago a un lado las reglas del juego—. Es algo que recoge la luz de un objeto lejano y lo amplía, su descubrimiento es atribuido a Galileo Galilei y al genial Hans Lippershey —indico escudriñando el dibujo—. Los primeros en fabricarse fueron del tipo kepleriano y eran de longitudes focales de hasta 30 a 40 pies, y uno de los más famosos fue el denominado Hubble, ese proyecto conjunto de la La Agencia Espacial Europea y La Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio que pesa alrededor de 24.300 kilos. ¿Puedes adivinar de qué estoy hablado?

La niña me mira perpleja.

—¿Estás seguro de que no soy un camaleón? —cuestiona.

—Podrías pesar hasta veinticinco mil libras, Zoe —argumento.

Ella lo piensa por un segundo.

—¡Entonces soy un oso panda!

Niego con la cabeza y escondo mi rostro entre mis manos mientras ella ríe y se saca la tarjeta de la cabeza. Que juego más absurdo, ¿por qué Ben se lo compró?

—Podrías haber dicho que era algo que servía para mirar las estrellas, Malcom —me reprocha.

—Esa descripción es digna de un ignorante —señalo.

—¿Qué es un ignorante? —pregunta frunciendo el ceño y observándome con auténtica incertidumbre.

—Tú eres una ignorante.

—No le digas ignorante, apenas tiene siete y suena cruel —se entromete alguien a mis espaldas.

Tomo una inhalación al reconocer la voz y al ver como los ojos de la cría parecen iluminarse ante la castaña que se acaba de recargar contra el umbral de la habitación.

—¿Vienes a jugar con nosotros, Kansas? —pregunta con entusiasmo.

—Ese era el plan, pero antes necesito hablar con Malcom. —Me pongo de pie y arrastro la silla hasta el lugar donde se encontraba con anterioridad mientras ella hace una pausa—. Estaremos en el pasillo, si necesitas algo puedes llamarnos. ¿De acuerdo? —inquiere, y algo en la invariabilidad de emoción en sus palabras logra preocuparme.

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora