Capítulo 47: Un ser impredecible.

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Siempre me convencí de que las palabras sencillamente eran una forma de comunicarse más en el mundo, con el simple fin de informar a la otra persona que escuchase el mensaje. Pero con Bradley las cosas funcionaban de otra manera: solo una palabra suya podía ser como una suave caricia al alma que hacía disparar millares de sensaciones que recorrían hasta al mínimo ápice de tu cuerpo. Sin embargo, como de la misma manera podía ser tan suave como el terciopelo, una simple palabra suya también podía ser tan afilada como para clavar una profunda puñalada al corazón. Podía ser tan impredecible en algunas ocasiones. Nunca sabía qué esperar de él, siempre ha poseído la gracia de sorprenderme cuando le place, y eso era lo que más me cautivaba hasta el punto de hacer de su cercanía una necesidad. Una adicción: en eso se estaba convirtiendo Bradley para mí. Mi Bradley, porque no existe duda de a qué se refería con «porque quiero una vida contigo».

Ahora me miraba esperando una respuesta. Estaba tan cerca de mí que casi conseguía ver mi reflejo en sus ojos ardiendo en tanta lujuria que se tornaban más brillantes que nunca. Quería que este momento fuese eterno, en medio del sencillo mar del silencio, donde yacíamos, pero Bradley se adelantó a mi pensamiento:

—Te quiero sólo para mí, Sam —musitó—. Quiero que seas sólo mía.

El intenso color rojizo floreció en mis mejillas de golpe una vez más. Esta es apenas una pequeña muestra de lo que diez palabras de Bradley pueden causar en mí. Mi corazón se retorcía del regocijo en mi garganta, causando que se me hiciese una tarea realmente difícil el pronunciar una simple pero fogosa respuesta:

—Soy tuya.

Una sonrisa llena de deleite y encanto se talló en su rostro. La sensación de plenitud atravesaba nuevamente cada rincón de mi cuerpo entumecido al tiempo en que Bradley acortaba distancia entre nosotros, pero, cuando pensé que plantaría un beso sobre mis labios, como obra divina para hacer aún más perfecto el momento, fuegos artificiales surcaron los cielos del ocaso, cautivando por completo nuestra atención de uno del otro... o eso era lo que yo hacía parecer. No podía evitar mirar de reojo a un Bradley contemplando el cielo inundado de todos los colores navideños, por no mencionar los matices anaranjados y finalmente violetas que el cielo por sí mismo ofrecía.

Nunca me consideré alguien creyente de que la perfección en las personas sí existe, pero... dado este caso, parecía imposible ser escéptica a esa teoría con sólo ver: su cabello desordenado como de costumbre, sus profundos ojos azules brillando más que nunca y sus labios luciendo como siempre tan naturalmente húmedos... Me pregunto si simplemente puedo besarlo yo y acabar con esta tortura de una vez por todas.

—Sí, puedes hacerlo.

¡No puede ser! ¡Pensé en voz alta! ¿Qué se supone que haré ahora, cuando Bradley está sentado ahí, esperando simplemente a que haga algo al respecto? ¿Qué podría hacer para salvar la situación?

—Podrías besarme.

Sus labios tocaron los míos en un suave roce antes de que el vómito verbal saliera de mi garganta. Un beso bajo el aún colorido cielo que ahora daba paso a la luna y las estrellas. ¿Podría esto ser más ilusorio?

—Creo que deberíamos irnos —sugerí luego de notar cómo pequeños copos de nieve aterrizaban sobre nosotros como aviso de una pronta nevada.

Ambos nos levantamos del pasto y caminamos de la mano al auto. Él abrió la puerta del copiloto esperando a que yo entrara, pero luego recordé teníamos más compañía que sólo nosotros.

—¿Qué esperas? —dijo impaciente.

—¿No esperaremos por Bryan y Mackenzie?

Dimos una mirada rápida hacia el parque y, para nuestra sorpresa, ambos se encontraban demasiado entretenidos entre la gente mirando los fuegos artificiales, completamente ajenos al mundo terrenal.

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