Delicadamente, espinas.

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Espinas que caen desde el profundo del bosque.

Me elevan cada vez más alto.

Mi piel blanquecina se dilata, torrente de heridas incrustadas.

Pequeño conejo suicida, aquél que busca el lobo en la herida.


Siempre resplandecer, obsequiar.
Vacíos intensos de los que nunca podré ser parte.

¿Cómo amar si sé que mi destino está sellado?

Lo estuvo desde que decidí ser presa de aquello.

E incluso, buscando en mi camino, puedo ver aquél arma sin filo.

Sólo una memoria capaz de cortar con la mirada.

Esos ojos cafés me matan.

Prosa, prosa aquél que con el juego del viento comprende su sustento.

Prosa, aquél que una vez fue mi lamento.

Y cómo soy presa...

Buscaré a mi cazador.

Aunque en mi mente, resuene aquél pensamiento...




"No, no lo eres... Tú no eres su mascota.

No eres de su propiedad.

No eres su juguete.

No importa cuántas veces él lo diga, o cuántas veces tu cuerpo llame por él, ni cuántas veces imagines sus labios sobre los tuyos, reclamándolos suyos...


O su mano tocando tu piel desnuda...

¡Basta!

¿Por qué? ¿Por qué me pasa esto? ¿Por qué reclamas tuyo a este conejo?

Oh, Dios, ten misericordia de mí; con orgullo lo rechacé, pero sus palabras quedaron grabadas en el suave velo de mi mente, como si él fuera un experto en bordado.

El odio al lobo.

Sabía, muy en el fondo, que cualquier beso rompería la barrera que el orgullo ha creado, dejando que reclame lo que es suyo, aunque fuera solo por un momento de necesidad...


Si es así, entonces... ¿Soy de su propiedad?"

Pequeño conejo oculto en las sombras. Salta y salta hasta ceder.

En las garras del lobo has de arder.

Y con él, el poder.

El Pequeño conejo saltarínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora